En su cuarto álbum los cántabros Los Estanques se mantienen firmes como impagable rareza local. Aprovechan su contrastada pericia con los instrumentos y una cultura musical insólita para zambullirse en una especie de intrincado pop progresivo que en el single y primer corte “No hay vuelta atrás” se llena de sol californiano, brisas psicodélicas y vientos, con una frescura que haría palidecer al mismísimo Kevin Parker. En realidad, su mayor referencia es el compositor madrileño de culto (a su pesar) Malcolm Scarpa, lo cual les define perfectamente.
Incluyendo los títulos de sus canciones y letras, en el caso del proyecto liderado por Íñigo Bregel, el humor gamberro y el tributo serio al sonido de toda una época forman un todo. Es en ese terreno juguetón donde se mueven como peces en el agua, desplegando una madurez asombrosa. Son apenas treinta y cinco minutos que harán las delicias tanto de millennials enterados como de veteranos melómanos felices de ver a unos chavales raros recuperar con cariño el sonido de sus años mozos, con un toque contemporáneo y abundantes sorpresas y giros.
Por ejemplo, las trompetillas calorras de la acústica “Flor de limón”, o el solo de guitarra final de la odisea progresiva de “Juan El Largo”, que condensan en menos de tres minutos. “Clavos de papel” se muda a ambientes espectrales; en “La aguja” ponen en acción su vena más pop con una línea de bajo irresistible; en “Mr. Clack” prueban con el pop inteligente, en “Nací Santo” y “Rey del Ajuar” se pierden en los recovecos de la psicodelia laberíntica sin perder el norte; y en “Soy español pero tengo un kebab” refuerzan la vena cómica y bailable con sitar incluido y melodías moriscas. Que en la fantástica “Emilio el Busagre” se atrevan a rivalizar instrumentalmente con el pop desatado de los setenta, para terminar dándose el baño de sintetizadores retrofuturistas de “Reunión”, lo dice todo.
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