Los Aurora, Pere Martínez (cante), Max Villavecchia (piano), Javi Garrabella (bajo), Joan Carles Marí (batería) y José Manuel Álvarez (baile), ya dejaron huella con su debut “Aurora” (17), en el que las raíces flamencas crecían y se mezclaban como enredaderas impuras, a ritmo de jazz, con Manuel de Falla y Lorca muy presentes. Ahora retoman la actividad discográfica con nocturnidad y alevosía en este segundo “La balsa de la medusa”, donde las almas oscuras danzan soñolientas en un etéreo espacio de luces y sombras… Doce pistas de las que reflotan ocultas miserias y errores humanos, con el mal sueño de la pandemia aún en el aire y la resaca de mares oscuros y noches sin ojos mal paridas por las clases políticas. Con el cuadro de Géricault (“La balsa de la medusa”) naufragando en el inconsciente y con ciertos hilos de luz que, a lo lejos y entre un cielo infinito de negros nubarrones, se abren paso en un horizonte lejano, sembrando esperanza y renacer entre las grietas. Bajo ese universo de claroscuros nos zarandean y arañan por dentro. Canciones con ecos de rock andaluz y deudoras del quejío y la tormenta eléctrica de Enrique Morente y Lagartija Nick en “Omega” (96), más la sombra rugiente del volcán, aún humeante, de Exquirla y su imprescindible “Para quienes aún viven” (17). El iluminador relámpago morentiano sigue su curso en lo poético, con Los Aurora volviendo en este “La balsa de la medusa” a Lorca, además de sumar en las composiciones a autores como: Dante, Homero, Kavafis, Neruda, Machado, José Martí y el recientemente fallecido Rogelio Martínez Furé.
“Yo soy un hombre sincero / de donde crece la palma, / y antes de morirme quiero / echar mis versos del alma”. De esos iniciales versos de Furé en la sobrecogedora pieza inicial, “Yo he visto mi alma”, empapada de psicodelia en una orgía de percusiones, teclados y zapateos, a esa “noche que no quiere venir” que abre entre palmas y un enérgico piano en “La flor del oro”, con la cristalina guitarra de Chicuelo, rebosante de flamencura, entre quejío y quejío.
El latido orquestal y camerístico, aunque menos pronunciado que en su antecesor, sigue latente, en continuo juego y experimentación con el jazz, el cante y ese incendio rock que devora y gana enteros. Así, el zigzagueante espíritu clásico y flamenco de Falla pulula por cada pista, entrecruzándose con Chopin en “Aire de nocturno” o compartiendo pasado y presente con otros invitados a las cuerdas, como Mario Mas en las “Las manos del día”, fundiendo todos los estilos en su segunda parte y desatando un huracán sonoro que no te deja tocar el suelo.
La teatralidad y barroquismo, por momentos abrumador, que desprende el disco, parece pedirnos su experimentación en vivo para poder apreciar al completo la densidad estética que muestra y esconde “La balsa de la medusa”. Quizás, una de las piezas que mejor define y “resume”, en sus casi diez laberínticos minutos, el collage sonoro y la ambiciosa creatividad de la obra, sea: “Rapsodia a Odiseo”. Aventura que trazan con versos de Homero y Kavafis, donde lo clásico y moderno parece estallar en el filo del abismo, con dos brillantes colaboraciones más: las resplandecientes voces de Tarta Relena y el siempre catártico y libre quejío de Niño de Elche.
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