Live In Dublin

Si hay algo realmente innecesario a estas alturas es escribir cualquier tipo de comentario acerca de Bruce Springsteen. Sus fans forman una categoría de alienados seguidores que casi rayan el fenómeno sociológico y diga lo que diga, afirme lo que afirme, les va a entrar por una oreja y salir por la otra. Ellos ya tienen formado su propia opinión y por supuesto cualquier cosa que haga su “jefe” raya lo divino, lo excelso, lo increíble y no se aceptan críticas. No importa que muchos desconocieran a Pete Seeger hace un par años. Hoy lo negarían y lo conocen mejor que yo. Y no importa que tanto la grabación de este directo en DVD como del audio de tres días de conciertos en Dublín a mediados de noviembre del año pasado (gira que también pasó por nuestro país, con resultados similares) condensen lo mejor y lo peor de Bruce Springsteen. Lo mejor, nadie lo va a descubrir a estas alturas, su capacidad inigualable para moverse en escena y transmitir esa energía innata que parece no menguar con los años. Lo peor, sin embargo, no deja de ser esa manía por inflamarlo todo hasta el delirio. De hacerlo genuinamente yanqui, es decir, rayando una megalomanía que acaba por asfixiar la pureza de las canciones y de paso el espíritu de los pioneros del folk que como Seeger, tan sólo precisaban de un banjo y la fuerza de sus palabras o como Woody Guthrie cuya guitarra mataba fascistas sólo con plañirla. Y es que en ocasiones tanto follaje musical no deja ver el tronco del mensaje. A no ser que el contenido no te importe un pito y tan sólo te interese el continente. Justo lo que les pasa a gran parte de los fans patológicos del “boss”.