Ser esclavo de tu éxito. Una maldición muy común en el pop y algo peligroso porque te puede acabar paralizando. Eso es un poco lo que les pasó a MGMT, que tras el bombazo de “Oracular Spectacular” en 2008 e intentar experimentar con el pop psicodélico en los exigentes pero notables “Congratulations” y “MGMT”, pasaron de ser los autores guays de “Kids” y “Time To Pretend”, a ser una banda rara que no sonaba en la radio y que no hacía hits. La realidad es muy jodida, y si no entregas lo que se supone que la gente –discográfica, medios, público- espera de ti, puedes pasar de héroe a villano en menos que canta un gallo. Andrew VanWyngarden, una de las mitades del grupo y el motor creativo de MGMT, salió tocado de ese pequeño descenso a los infiernos. Para curarse, se compró una casa en Rockaway Beach, y se pasó un par de años surfeando y comprando y escuchando vinilos con sus amigos.
Tras recuperar las ganas de hacer música, a VanWyngarden se le ocurre la idea de hacer un disco colaborativo en el que participen sus amigos y los de Benjamin Goldwasser. Una fiesta de genios que reúne, entre otros, a Ariel Pink, Connan Mockasin y Dave Fridmann. El resultado de ese brainstorming festivo de ideas es “Little Dark Age”, un álbum donde MGMT dan rienda suelta a su amor por el synth-pop de los ochenta sin olvidar su ADN psicodélico. Su cuarto trabajo de estudio se convierte en la colección de canciones más compacta de su carrera, y quizás la que muestra mejor su doble naturaleza: la epidérmica de los hits y la excéntrica que les anima a juguetear y a retorcer las estructuras clásicas del pop. Con “Little Dark Age” MGMT ser fortalecen como grupo, y al mismo tiempo, es posible que recuperen la atención perdida. Jugada maestra.
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