A los veinte los cambios cuentan –y duelen- el doble. Por ello, la intensidad de esa sucesión de acontecimientos vividos a lo largo este último año hábil (singles, giras, colaboraciones, proyectos paralelos y cambios en la formación) ha supuesto para Miriam Ferrero y Paula Barberán el fuel y el arrojo necesarios con los que inspirar y dar forma a su esperado debut oficial, titulado sin equívocos, “Un año de cambios”.
Desde hace cerca de un lustro se viene hablando de la segunda gran venida del fenómeno riot grrrl en nuestro país, con diversas bandas jóvenes que llevan por bandera los parámetros de la insolencia, el sarcasmo, la desidia romántica y la decepción costumbrista, impresos en su característico sonido como marca de agua. No es que este bucle de revival permanente en el que vivimos acierte invariable y sistemáticamente, pero discos como “Un año de cambios” nos hacen sentir, a todas luces, que el punk rock castizo está, como poco, en buenas manos.
A modo de carta de presentación, Miriam y Paula nos plantean una oda a la amistad y a la sororidad, extendida entre matices macarras y tiernos que cincelan melodías frescas y contagiosas, llenas de corazoncito y mala baba a partes iguales. “Lo teníamos que hacer por nosotras”, musitan al final de “Intro”, el primer corte del disco compuesto por cuatro breves líneas, condensadas en minuto y medio, y con las que las chicas de Lisasinson sintetizan a la perfección sus intenciones, dándonos pie a que conozcamos de primera mano una serie de vivencias pretéritas que ahora justifican su presente (“Bienvenidas a este momento, quiero que sepas lo que siento y que escuches bien todo lo que me ha pasado en este año”). Un tono cercano que huye de remilgos o imposiciones altivas, como la voz de esa amiga que habla tu idioma (“Todo empezó con un mensaje de un fueguito”, cantan entre ecos reverberados en “Mochi”) y que comprende a la perfección el desbordamiento emocional que supone pertenecer a una generación de sentimientos de quita y pon (“Me da miedo que te hayas cansado de mí, que ya no te guste mi forma de ser / porque últimamente me parezco a Lucifer; capulla, orgullosa y difícil de querer”, lamentan en la popular “Cuchillos”).
Seguidamente, su apertura sin reparos, marca de la casa, junto a esa endiablada forma de arrojar al cuello la verdad más irritante, nos permite atestiguar capítulos que pintarán la cara a más de uno, ya bien sea a través de piezas que exponen a todo color su particular abc del mansplaining sufrido (“Noto como me estás mirando, analizas todo lo que hago/ parece que nunca hayas visto a una tía actuando”, arañan con precisión y resentimiento en “Mira Chico”) o rascando en las paredes de sus memorias lectivas menos amables, donde la fina línea que separaba el maltrato social del amor era imperceptible (“Me querías, pero te burlabas en el bus, y los viernes me buscabas a escondidas de tus panas / Te reías en mi cara y yo como si nada”, sacuden entre guitarrazos en “Los que se pelean no se desean”).
A efectos prácticos, “Un año de cambios” hace perfectamente las veces de cápsula en el tiempo para constatar un periodo muy concreto y frenético en la vida de las chicas de Lisasinson, quienes ahora, entre rabia, despecho y distorsión, señalan hacia el cielo, con ambición en la mirada y un buen manojo de temas tarareables en el puño con los que sacudir los pogos más enérgicos de este verano.
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