Dando un paseo por Internet en busca de noticias sobre dónde y qué han hecho Liars en el año transcurrido desde la publicación de “Drum’s Not Dead” -tarea infructuosa, por cierto. El trío no deja rastros a su paso y a estas alturas me resulta imposible aclarar si siguen en Berlín o han vuelto a su país natal- me encuentro en su MySpace con la siguiente máxima: “Suena como: algo que tú puedes hacer”.
Frente a bandas como Sonic Youth o Einstürzende Neubauten, a quienes hemos utilizado como referentes para describir su música y que suenan demasiado técnicos, demasiado complejos, como para parecer de este mundo, Liars aún conservan ese aire amateur del que hace canciones con tanto descuido como placer. Va a ser por eso que nos han caído en gracia. Por eso y por una característica cada vez más complicada de encontrar en una banda joven: lo impredecible de aventurar cuál será su siguiente paso. Por ejemplo, para este homónimo cuarto disco Aaron y compañía se aferran al concepto canción con la fiereza, el primitivismo y la inoperancia instrumental de los jóvenes hermanos Reid o los primeros Beat Happening. De esta forma prácticamente dicen adiós al sonido industrial y esencialmente percusivo de sus dos trabajos anteriores -aunque algo queda todavía en experimentos como “Leather Prowler”, “Pure Unevil” o “The Dumb In The Rain”, puro “Bad Moon Rising”- y abren una nueva etapa en la que pueden llegar a sonar hasta melancólicos, como demuestran en la canción que cierra el disco, “Protection”, conducida por unos teclados al más puro estilo cold wave. ¡Quién lo iba a decir!
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