Una de las sensaciones del momento que si ya no lo fue debió serlo el año pasado con la publicación de su tercer trabajo –primero publicado en el viejo continente- “Fevers And Mirrors”. Bajo el nombre Bright Eyes se esconde, desde hace ya cinco años, el veinteañero Conor Oberst, aspirante a convertirse en uno de los artistas más interesantes del actual panorama independiente americano.
Una de las sensaciones del momento que si ya no lo fue debió serlo el año pasado con la publicación de su tercer trabajo –primero publicado en el viejo continente- “Fevers And Mirrors”. Bajo el nombre Bright Eyes se esconde, desde hace ya cinco años, el veinteañero Conor Oberst, aspirante a convertirse en uno de los artistas más interesantes del actual panorama independiente americano. Deudor directo de gente tan dispar como Lou barlow, Mark Eitzel o Will Oldham, aunque con una profunda personalidad propia –aquí no verás una mera fotocopia de tal grupo, amigo- Oberst se presenta como un compositor de canciones de alta carga emocional, con un peculiar timbre de voz que cada vez que rompe a gritar da la sensación de deshacerse en mil pedazos. Sensibilidad, lirismo a raudales, rabia y unas letras que tienen el aroma de la confesión amorosa del que las escribe/susurra/grita/canta. Electricidad de alto voltaje unas veces -la enorme “The City Has Sex”-, intimismo en otras –“Contrast And Compare”- por no citar cualquiera de las restantes y emocionantes canciones que componen esta joya llamada “Letting Off The Hapiness”, sólo me queda recomendar como nunca la adquisición de este disco facturado a base de retazos. Nunca unos ojos brillaron tanto.
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