En el panorama de la música popular hay muy pocos artistas que sepan moverse con la clarividencia con la que se mueve nuestra protagonista. Pocos son los que, sin cambiar radicalmente de estilo, se reinventen a cada nuevo paso creativo que dan. PJ Harvey ha vuelto a lograrlo en su octavo disco de estudio bajo su nombre, y lo ha hecho con los mismos mimbres de siempre, aunque con diferente trenzado.
Para empezar se publicó a bombo y platillo que este era el disco más explícito y político de la inglesa, pero cuando lo escuchas y saboreas, observas de inmediato que tampoco ha abandonado el lenguaje críptico, repleto de imágenes poéticas cargadas de un simbolismo muy potente. Imágenes de cuerpos de soldados destrozados, niños deformados o huérfanos, campos regados con sangre, moscas pululando por doquier. Como en un sombrío cuadro de Goya, PJ Harvey saca a pulular la galería de horrores de la guerra y es la dama de la guadaña la auténtica protagonista del más alto y desesperado lamento de PJ Harvey hasta la fecha. Y es que si hay algo que destaca por encima incluso del contenido del álbum, es el tratamiento de la voz, que suena más aguda e hiriente. Una tonalidad vocal que es más protagonista de las canciones, colocada en un primer plano y llevando el peso de la melodías apuntaladas por los diversos y múltiples recursos percusivos del álbum.
Todo es pulsión en este trabajo, y como el latido acelerado de un corazón cargado de adrenalina motivado por el fragor de la batalla, el ruido de los obuses y el olor pútrido de los cadáveres, es el ritmo del golpeteo de tambores, palmas o platillos el que conduce la canción por encima de las guitarras que, a diferencia de por ejemplo “Uh Huh Her”, se encuentran en un segundo plano, sepultadas por ese golpeteo desesperado y la desgarrada voz de PJ Harvey.
Ya desde el tema que abre y da nombre al álbum, te das cuenta de la importancia de la ambientación y de los diferentes estados que esta alcanza. Estados que pueden ir de lo opresivo, como en “The Glorious Land”, que parece una variación sombría de un tema extraído del cancionero tradicional británico, al reiterado ritmo de la poética sonoridad de la excelente “The Words That Maketh Murder”. Claro que también pueden combinar la épica que parece acompañar a la muerte como en “All An Everyone”, que es lo más cerca que ha estado jamás PJ Harvey de sonar a Patti Smith, o los falsetes de “On Battleship Hill” más propios de un oda poética dedicada a los héroes de la mitología artúrica. Y así hasta llegar a canciones que se ajustan con mayor fidelidad a su estilo de siempre como “Bitter Branches”.
En definitiva, un disco que se transpira de principio a fin, sin que te ofrezca ningún cuartelillo y trazado casi desde lo conceptual. Una nueva maravilla oigan.
Totalmente de acuerdo. Para mi, estando ya en octubre, este va a ser el mejor disco del año con permiso de The Vaccines y Wilco.
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