El pasado 2015 dejó debates muy intensos, pero prácticamente ninguno (ni tan siquiera el relativo a la cosa catalana) tan encendido como el que exige posicionarse a favor o en contra del cuarteto madrileño Hinds. Su sorprendente -inédito en la Historia del pop español- desarrollo en el mercado internacional con giras por todo el mundo, presencia en los medios anglosajones más relevantes y apariciones en festivales de la importancia de Glastonbury cuando ni tan siquiera contaban con un disco de debut, ha puesto al grupo en el ojo del huracán, a lo que el propio entorno de las Hinds ha respondido con un “conmigo o contra mí” que convierte cada declaración pública y cada juicio sobre sus canciones o puesta en escena en un cruento duelo al sol. No es ni mucho menos un fenómeno nuevo: mismamente PXXR GVNG han vivido algo parecido este mismo año. En ambos casos la exposición constante combinada con unas redes sociales que cumplen el papel que antaño desempeñaba el fútbol (en esencia, cagarse en la madre del arbitro para irse a casa mucho más relajado) se convierten en tormenta perfecta.
Tampoco beneficia a Carlotta, Ana y compañía el papel que alguien parece empeñado en hacerles desempeñar: el de punta de lanza de una generación, la de los nacidos en los 90, que a tenor de la cuidadosamente descuidada puesta en escena de clips como “Chili Town” o “Davey Crockett” (en éste haciendo dupla con su doppelgänger masculino, The Parrots) fuma Lucky Strike como cowboys, hace botellón en garrafas de tres litros y entiende el rock como una eterna fiesta de fin de curso en un instituto de Pomona. El que coloque a las Hinds en esa incómoda y antipática posición, quien ponga en su mano la antorcha de la “rebeldía juvenil” y las señale como abanderadas de una nueva forma de entender la música popular, les hace un flaco favor. Los más viejos del lugar recordarán cómo acabó la aventura de Deviot, aquel otro grupo de jovenzuelas rebeldes que hace dos décadas abanderó la “rompedora” Generation Next...
En realidad las propias Hinds se desmarcan desde el título de un disco, “Leave Me Alone”, con el que exigen su propio espacio y hasta el tiempo necesario para desarrollarse como grupo. Podrían haberse puesto en manos de algún productor foráneo de prestigio y sin embargo han preferido hacer las cosas a su ritmo, en los estudios de Paco Loco en Puerto de Santa María con su productor de siempre (Diego García, de The Parrots) lo que asegura la continuidad de un sonido lo-fi que ya se ha convertido en marca de la casa y que, eso sí, goza aquí de bastante más pegada que en los singles previos. La decisión -que el grupo tomó antes de firmar por el sello británico Lucky Number- esquiva los saltos mortales sin red en el momento más importante de su corta carrera, pero también condiciona inevitablemente estas doce canciones.
Porque el punto fuerte de Hinds desde aquella agradabilísima sorpresa que supuso en verano de 2014 la aparición en bandcamp de “Bamboo” / “Trippy Gum” ha sido la frescura, esa sensación de que cualquier cosa podía ocurrir durante cuatro minutos de ensoñación pop encapsulados en una canción. Con “Leave Me Alone” las madrileñas forjan un estilo propio inconfundible pero lo hacen a costa de tornarse muy previsibles en las formas, un handicap del que sólo escapan puntuales giros melódicos -el arranque de la nueva versión de “Castigadas en el granero” o el instrumental “Solar Gap” en la línea de los Galaxie 500 más toscos- y algún tema más aguerrido -“San Diego”, como unas riot grrrls desprovistas del discurso político-. Al final no es su apuesta por el lo-fi ni las conocidas limitaciones con el inglés y como instrumentistas (en proceso de solventarse a base de machacarse en directo) las que hacen de “Leave Me Alone” un disco mejorable, sino cierta sensación de autoindulgencia comprensible en quien todavía da sus primeros pasos y siente que el suelo se mueve bajo los pies. En realidad nadie tiene derecho a exigirles a estas alturas esa obra magna que, desde luego, “Leave Me Alone” no es. Dejémoslas crecer y el tiempo dará y quitará razones.
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