El segundo trabajo de Le Voyeur, el proyecto liderado por Miguel Marcos, llega con meses de retraso obligado por las circunstancias. Marcos y compañía hacen suyas abundantes referencias musicales (Talking Heads, los británicos XTC, Lou Reed y Bowie, El Columpio Asesino…) y un enfoque lírico juguetón, hipsterizado y sarcástico, desde el mismo título, respecto a la vacua y confusa sociedad de las redes sociales, y también los desastres sentimentales. No esconden una ambición en arreglos y textos que no se ve mucho por aquí, con un trasfondo que parece anunciar un ominoso desastre indefinido que, cosas de la vida, nos ha caído encima.
Los innumerables guiños culturales de las letras (cuya abundancia evoca el seminal disco de Lagartija Nick “Inercia”) se adueñan de un álbum versátil, que se aleja de la languidez post-punk de su debut con una cadencia bailable y una producción moderna. Con las guitarras angulosas de “Los días inertes” se internan en territorios de una sofisticación rara a nivel local, en los que concilian estribillos pop, teclados de juguete y un filo siniestro (“Te amaré hasta odiarte…”). “Tarantino Resort Jazz Club” entra en terrenos de hedonismo fronterizo entre el glam y la new wave, mientras que el bajo sintético de la estupenda “Esclavos del pop” propulsa un hit tan frío como disfrutable, a medio camino del futurismo sarcástico de Aviador Dro y unos LCD Soundsystem.
En cortes como “Democracia” lo explícito del desencantado mensaje no me cuaja entre líneas de bajo funk, pero “Ikea en Ítaca” remonta, en la oscura “El tobogán de Fellini” se asoman al precipicio del cabaret siniestro y en “Jardín de las delicias” por la luz melódica, con una frase de las más inspiradas (“Tendrías que dejar de obligarme a ser feliz”). “Vidas concéntricas” pone al día el melodrama electrónico, y “Disculpen las molestias” hace de epílogo orquestal. Con casi todas las canciones rondando los tres minutos y apenas treinta y un minutos de duración total, “Popnografía” muestra a un compositor tan seguro de sí mismo y atento a la historia de la música popular, como eficaz a la hora de trasladar a nuestra idiosincrasia los parámetros del pop total con espíritu de orfebre que cuida cada detalle.
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