Sole Parody está de vuelta y, en época reinante de gama de grises y nubarrones mil, reaparece como un rayo de sol imparable cargado de alegría que no podemos dejar escapar. “Remedios” es el cuarto disco de la creadora andaluza, quizás su trabajo más “desnudo”, diez pistas con la voz bailando en el centro del huracán y sus máquinas haciéndose carne y palpitando a flor de piel. Todo tras cinco largos años de espera, después de aquel espectacular “Porvenir” (19) que nos dejó marca y marcó camino, proponiéndonos un triple viaje adictivo que aún nos absorbe: al fin de la noche, a la oscuridad de la guerra y a la herida que sana, pero nunca cicatriza del todo, la del desamor. Ritual para los sentidos que olía a “Flores” y resplandecía como “Plata fina”, una rave bajo la luna lorquiana en el mirador del Albaicín, con Morente sonriendo con los ojos vidriosos como dos estrellas. La electrónica con raíces y el folklore del futuro redespegó como nunca, alcanzando cimas de sensibilidad y estilo que muchas y muchos otros artistas se animaron a explorar. Entre medio, colaboraciones y colectividad creativa, con las enredaderas interdisciplinares abriéndose paso, dialogando la música con el cine, la ópera y la danza, desembocando en el EP “Trilla” (22), su último movimiento discográfico (el más oscuro, en esa encrucijada donde el ambient, la electrónica experimental y el folklore andalusí arden en la misma candela), antes de estos “Remedios” luminosos (en medio del acabose) que nos ocupan.
Una cura a fuego lento, no medidas o soluciones pasajeras desde la prisa y la urgencia, sino remedios a tiempo real, respirando, sintiendo y degustando cada momento. En ese proceso honesto y sincero, a pecho descubierto, se fragua “Remedios”, durante un lustro marcado por una pandemia global, una crisis climática galopante y guerras nuevas y las de siempre, dolores y males que respiran en los paisajes futuristas, oníricos y metafísicos, pero siempre carnales y pasionales del universo de Le Parody.
Canciones que huelen a tierra mojada y crecen como árboles de neón en un mundo sintetizado, a golpe de beat, trompetas y tambores, con letras de alta costura poética, empapadas de adictivos aromas y colores, raíces andaluzas e ibéricas por cada surco; conformando un collage comprometido e íntimo y político, en el que no cabe ni un ápice de tristeza, sólo júbilo (hasta en el desierto, hasta en el dolor), baile, celebración y sudorosa algarabía compartida.
“Remedios” que se compusieron desde un lugar muy diferente a los de sus trabajos anteriores, desde el silencio y el pequeño latido de un hogar donde duerme un bebé. Sole fue madre y de ese corazón contento y protector, brotaron las letras de este cuarto álbum, versos que rezuman pasión y magia, a veces con forma de trabalenguas o adivinanzas, otras como conjuros o remedios mundanos y populares que fueron marcando los pasos de la música. Una decena de canciones que se enmarcan en un mundo distópico (cada vez menos ficticio y más cercano) y, lo importante, nos muestra orificios, pequeños espacios por donde se abre paso la luz, los remedios, las maneras de habitarlo y vivirlo: disfrutándolo, exprimiéndolo, desde la aceptación del caos y la tragedia, combatiéndolo con alegría y que la verbena no cese ni un segundo.
Electrónica, pop y tradición manoseándose y fundiéndose, pariendo un sonido genuino que ha contado con compañeras y compañeros de viaje como la italiana Ersilia Prosperi a las trompetas, la producción del brasileño Kiko Dinucci y los arreglos del músico colombiano Julián Mayorga. Además, tres colaboraciones que encajan a la perfección en el mundo creativo de Le Parody, festivo, doliente y bello, desde la raíz al espacio exterior: Puttaneska, la Fanfarria Transfeminista de Madrid y la potente e inconfundible voz de Miguelito García (Dandy Piranha, de Derby Motoreta’s Burrito Kachimba).
“Remedios” es intimidad personal y compromiso político (pulsiones indisolubles y siempre presentes en el sentir artístico de la granaína), de lo individual a lo colectivo y viceversa; un todo dividido por tres Paisajes que actúan como vórtices que nos arrojan a diferentes escenarios, los dos primeros separan las dos caras del álbum, una primera (cara A de la edición vinilo) más introspectiva, expresando hastío, rabia e incomprensión, con Sole buscando “respuestas entre las llamas”, preguntándose por su propia esencia y sobre el porqué estamos envueltos en este sistema distópico del que no podemos escapar; y la cara B, en la que comprendemos lo anterior y celebramos el amor, con el placer del canto y el baile en una verbena-rave infinita.
“Adivina na na na, / adivina adivinanza, / pobre de quien la resuelve / y no consigue decirla / sin ser capaz de dejar de pensarla”. Doblan las campanas y cruzamos la primera puerta en “Paisaje I (Adivinanza)”, con la voz desnuda de Sole, entre oráculo místico y hechizo fantasmagórico, recitando versos que siembran bloqueo y frustración, esa sensación tan familiar de ver que todo se derrumba a nuestro alrededor y “no poder” hacer nada… Los sones de anatolia y raíces andalusíes se abren paso como una brisa fresca de electrónica y folklore que, en un parpadeo, se torna huracán de percusiones, vientos y coros (Puttanesska), empujándonos hacia un nuevo trance en “Por saber de dónde vengo”. Los sonidos sintéticos y orgánicos se hermanan y confunden, con Sole firmando otra letra rebosante de belleza, misterio y magnetismo, con retales que podrían ser autobiográficos y compartidos si nos ponemos frente a su espejo, con refrán-trabalenguas final en el que el canto, el arte, es transformador y atrae a la alegría: “Quien ríe, / quien canta, / los males espanta; / quien pronto se espanta, / ni ríe, ni canta. / Canto lo que van diciendo que / pasa lo que voy soñando que / digo lo que va pasando que / cala lo que voy cantando”.
Tambores y percusiones sintetizadas huelen a otra primavera de flores y espinas que se nos escapa, doliente y moribunda, entre los dedos, con trompetas que marcan el paso épico y dramático, entre marcha semanasantera y militar futurista, con guerras e injusticias que jamás cesan en el horizonte y, como metralla de afilados metales y desencanto, en nuestra propia carne incrustada: “Se clavan los sentimientos / y hacen harapos las libertades. / Al cielo mandé suspiros / y el cielo de vuelta me manda furibundos huracanes”. Los estribillos de “Se clavan” (y de “Remedios” en general) entran como cuchillos al rojo vivo en mantequilla. Los versos siguen rezumando cansancio y fatiga ante tanto caos y barbarie sin fin, en la que quizás sea la pieza más política del lote: “Yo no me puedo creer / volver a estarlo cantando, / cuándo coño va a caer, / cuánto va a seguir matando…”. Palestina, especialmente, on my mind. Pero, aunque sea temporal, de nuevo ese esperanzador rayo de luz hernandiano que deja atrás la oscuridad y nos impulsa hacia el futuro, con Sole esculpiendo el aire con fraseos y versos imborrables, cargados de magia y poderío: “Yo cada paso que doy, / la suerte me lo florece, / por donde pasando voy, / futuros brotan y crecen”.
“Un remedio para el desaliento / de esta vida programada, los días no se distinguen / de la noche hiperiluminada”. Viaje inmersivo sonoro (pura fantasía electrónica con vientos y percusiones de la que no querrás despertar) en “Un remedio”, por medio de dos vías posibles: ¿pastilla roja o azul?, combativo incendio frontal, o la evasión de flotar en otros mundos, aunque sea sólo el rato que nos dure la fiesta lisérgica, con la voz de Miguelito García (Derby Motoreta’s Burrito Kachimba) rajando la realidad y absorbiéndonos hacia esa otra existencia posible: “Dame una pa divertirme / y media más para aguantar, / otra más para dormirme / y otra para despertar”. Y entre atmósferas luminosas, coros (Puttaneska de nuevo a la carga), percusiones juguetonas, beats efervescentes y vientos que despejan todo cielo, un último contraataque que cierra esta cara A con “Virtudes”; dulce entramado sonoro en el que flotamos y nos dejamos llevar al ritmo del vaivén de las olas de un mar que, cuando te vienes a dar cuenta, ya te ha devorado para siempre. Sole acordándose con su canto de esas mujeres revolucionarias que eran silenciadas y tachadas, ayer y hoy, de histéricas y otros adjetivos si se salían de lo culturalmente establecido por los que mandaban y mandan… Otro conjuro mágico con piel de adivinanza, otro hechizante trabalenguas al alcance de pocos: “Luz de día / impedía / el descubrimiento. / Luz de luna / qué fortuna / guárdala dentro. / Luz del alba, / quién me salva, / tira una moneda. / Sol de enero, / quien yo quiero / llega y se queda”.
“Paisaje II (Negra Blanca Rota)” y nos adentramos en este segundo espacio, una especie de umbral entre lo que se ha ido y lo que está por llegar, una naciente grieta se abre… Ambient inquietante que funde con sonido de pasos y respiraciones entrecortadas, como si llegáramos a un campo de refugiados donde comienza a brotar de nuevo, imparable, la vida… “Como llegamos de noche, / no había visto tu hermosura. / Los filos de las montañas / recortando la llanura”. Vuelven a doblar las campanas y percusiones metálicas van silenciando el dolor necesario para que renazca la belleza. “El aire como una lija / que me abrasó las pestañas, / para que estuviera atenta / y no pudiera cerrarlas”.
Nanas de tierra, cemento y sal en un mundo gris, polvoriento y abrasador, el que heredarán desde sus cunas y “jardines de polietileno” las nuevas generaciones. Una nana entre las ruinas de Mayrit, la Madrid árabe, la fuente, la madre de aguas que recuerda y llora los caudalosos arroyos que discurrían por cerros verdes y floridos… “Nanas de Mayrit” para esos “dos ojillos clavaos / como dos alfileres, clavaos, pero que no me pinchan, no, que no me pinchan y que no me duelen”. Maternidad como motor, latido para seguir luchando y despertar de todo mal sueño en busca del equilibrio olvidado, de un futuro que sonría. Y si los sonidos y raíces árabes siempre están presentes en Le Parody, también vibra ese impulso flamenco, hoguera inextinguible de ritual morentiano, rematando la nana con ese último verso de la Soleá de La Serneta: “Me adormecí cantando nanas de tierra y sal, / sin haberlo perdío, mi centro vine a encontrar”.
Seguimos habitando el tiempo bajo esa estela sónica y eco eterno del canto popular, fuerza invencible en común y en armonía, festividad, baile y lucha vital, runrún que se hace canción en “Cántese por cantar”, con redoble de tambores, maquinaria percusiva y coro de vientos por la Fanfarria
Transfeminista, con la voz de Sole de nuevo haciendo filigranas, verso a verso, y danzando sobre las aguas. Una verbena espacial con aroma a banda sonora y regusto a bien y mal de amores, al dulzor amargo de los principios que se van gastando y no queremos dejar que se terminen. “Tan grande era su pena / que no la compartía, / le dije si pesaba, / me dijo que mordía… / Qué bonito al principio, / qué fácil qué suave, / cuando se va gastando / qué difícil dejar que se acabe”.
Y no, no queremos, pero se está acabando este viaje del que, como de toda expresión artística mayúscula, no se sale ileso, un trabajo para perderse en él una y otra vez, con una fuerza, energía y orgánica y compleja belleza que lo hermana con obras cumbres contemporáneas, como “Clamor” (Maria Arnal i Marcel Bagés, 21) y “Tercer cielo” (Rocío Márquez y Bronquio, 22).
“Dormía mi niña / y afuera llovía / la vida me daba / to lo que pedía”. La alegría y la suerte está de nuestro lado, así que, si llega el fin del mundo, nos pillará con el corazón contento y bailando en “Blácaut”, envueltos de nuevo en una orgía de folklore futurista, con vientos y beats que palpitan enamorados, como la voz de Sole, más libre y radiante que nunca: “Qué alegría que vinieras / a pesar de lo tarde que era, / que encontraras la manera / que saliéramos un rato afuera / y que afuera se viera, / por vez primera, / la ciudad completamente a oscuras / con un cielo cuajao de estrellas”. Nunca es tarde para rondarse y encontrarse, para celebrar el amor, cantarlo y bailarlo, de rave y de verbena, sólo hay que estar preparada y con el pecho abierto: “Tengo la suerte encerá / pa que le brille el paso del tiempo, / una playlist prepará / pa cuando toque salir corriendo. / Y apetencia y abundancia / y elocuente el pensamiento / y la voz desgañitá de gritar lo que te estoy queriendo”.
Y tras el júbilo de “Blácaut”, llega el epílogo con “Paisaje III (Hormiguillas)”, una despedida ritual antes de que todo salte por los aires y se pierda la naturaleza de un mundo herido de muerte, con el solemne redoblar de tambores, sonidos electrónicos espectrales y un sampler de quejíos y ayeos flamencos enmarañados, desgarradores y dolientes de fondo. “Alguien gime, / alguien llora, / un sol nuevo de sintéticos colores, / sin que nadie se dé cuenta, ya se asoma”.
Como Sole nos cuenta, “’Remedios’ llegó sin ser buscado, se hizo en los tiempos fractales de las siestas de un bebé, fue creciendo lento como mineral, divisiones fulgurantes de células y el bebé no tan bebé, tarareos inconexos y de pronto unas canciones”. Una suerte de espera y de alumbramiento creativo que, desde ya, se convierte en uno de los discos del año y en una obra sonora imprescindible para sentir el dolor y el gozo “mientras se quema el mundo en incendios y masacres al otro lado de la cada vez más débil burbuja de occidente”. Sólo queda volver a dejar caer la aguja por los surcos de “Remedios” y que sus recetas, trabalenguas mágicos y hechizos sonoros, nos ayuden a recorrer las ruinas con alegría y, sin rendirnos, buscar alguna grieta por donde podamos abrir de la mano nuevos caminos, para seguir amando, cantando y bailando hasta el final de los días.
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