“Tiene dos caras mi estampa: la suerte y el dolor. En la suerte pongo el cuerpo; y en el dolor la voz”, brama Sole Parody, como si estuviera protagonizando una obra perdida de García Lorca, en medio de una nube de megatrón y andalucismo, de reivindicaciones políticas y ruptura con binarismos, de miradas transversales, imaginarios mixtos, fronteras abiertas y dolores curables.
Si en "Hondo" (tres años antes que "El mal querer" de Rosalía, una obra entendida unánimemente como revolucionaria e histórica por unir tradición y futuro) Le Parody ya apostaba por llevar saetas, coplas y folclore andaluz al universo de los secuenciadores, loops y maquinolas varias; en "Porvenir" la andaluza imagina que los tablaos del futuro son una gran rave en donde habitan replicantes de la música de raíz y humanos heridos por las fricciones de la vida moderna. Y es que, a la vez que nos surte de frecuencias que pueden trasladarnos a una nave industrial en el Berlín del techno oscuro ("El Junco "es el caso más evidente), sus cantes, desde un jondismo herido, pero también reflexivo, miran indistintamente a los conflictos fronterizos ("Europa" y "Alepo" son dos manifiestos críticos con el supuesto porvenir y estado de bienestar del 2019) y a la crisis de su generación, pero también al desamor y las soledades. "Porvenir" acaba convirtiéndose en un álbum-escapulario, tan bueno como importante, que hace ojitos en múltiples direcciones: desde el techno oscuro de Óscar Mulero, Actress y Burial; al art-pop contemporáneo y performático, casi de obra de teatro minimalista, de Holly Herndon, Arca o Nai Palm; pero también sabe a redención y reivindicación de voces como las de La Niña de la Puebla, Fernanda y Bernarda de Utrera o La Perla de Cádiz.
Le Parody ha identificado un perfume, y lo ha convertido en disco: el de aquello que deberíamos ver y oler cada vez que nos inclinamos en cuclillas a tocar la tierra sobre la que pisamos.
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