Seis años llevaba Karl Larsson sin publicar a nombre de Last Days of April, y lo cierto es que este nuevo disco, el décimo, se distancia tanto del sonido americana del ya lejano "Sea of Clouds" (Tapete, 2015) como del emo post hardcore con el que se posicionaron en la pole position del sello Deep Elm mucho antes, a principios de siglo, con discos tan vitaminados como "Angel Youth" (Deep Elm, 2000). Impera aquí un sonido analógico, de tacto artesanal, sin grandes pretensiones ni aspiraciones de trascendencia, que bien puede revalorizar el vocablo “bonito”. Porque eso es "Even The Good Days are Bad", más allá de su título, algo cenizo, seguramente por un confinamiento que se nota en canciones como “Alone”, con sus guitarras fibrosas robusteciendo el recuerdo de días pasados en soledad: es un álbum bonito.
Lo mejor está al principio y al final. Con el fantástico corte titular que lo abre, apuntalado por un hipnótico motivo de teclado que recuerda a la tenue psicodelia de la escuela Dave Fridmann de hace algo más de tres lustros (huele a MGMT pero también a los grupos del colectivo Elephant Six) y un estribillo para enmarcar, y con los preciosos ocho minutos largos de “Downer”, que es como si espaciaran su “Dreams” (Fleetwood Mac) particular en una muestra de espléndida madurez, de esas que – como oyente – te dejan sumido en un estado de placidez del que no quieres escapar. Entre medias, guiños a aquellos noventa de melodías que aunaban dulzura y vigor (“Anything” podría ser de Teenage Fanclub o Fountains of Wayne), pop de hechuras tan clásicas como irrebatibles (“Hopeless”, “Run Run Run”), combinaciones ganadoras de melodía ensoñadora y trenzado guitarrístico con oficio (“Turbulence”) y algún puntual arreón de electricidad estática como la ya mencionada “Alone”. 34 reconstituyentes minutos de pop con pedigrí.
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