Lana del Rey lanzó, y ganó, un órdago a la grande hace dos años con la edición de “Norman Fucking Rockwell!”, un disco que la colocó como una de las grandes compositoras de la década, evidenciando que su obra estaba ahí para resistir el paso del tiempo y quedar como algo canónico.
Algo que tiene mucho mérito si consideramos que Lana del Rey ha construido y creado un mundo sonoro y lírico propio, uno en el que era difícil separar las líneas entre persona y personaje pero que, tras la aparición de “Norman Fucking Rockwell!”, quedó claro que en ese mundo de glamour y relaciones al límite había tanto de Elizabeth Grant como de Lana del Rey. Por ese camino continúa este “Chemtrails Over The Country Club”, un disco parecido sónicamente, quizás algo más folk e intimista, un poco más Joni Mitchell y menos Carole King, dos referentes claros para esta dama de Venice Beach que suspira por Laurel Canyon.
Es lógico que suene continuista, ya que lo compuso y lo grabó al poco de terminar su obra maestra, pero polémicas y pandemias lo han retrasado hasta ahora. Se abre con “White Dress”, rememorando sus días como camarera mientras escuchaba a The White Stripes y Kings Of Leon. Lo más destacable es que está cantada en un tono particularmente alto, con su voz a un paso de romperse en un susurro, como dejando claro que fue ella la que abrió el camino para Lorde o Billie Eilish.
Es una balada de piano que marca el tono del disco, le sigue la delicada canción titular, uno de los dos adelantos que ha tenido este disco. Puede que ninguno llegue a las alturas de las maravillosas “Venice Bitch” o “Mariner’s Apartment Complex” de su anterior trabajo, pero no están nada mal. “Chemtrails Over The Country Club”, en concreto, marca líricamente al disco, con Lana saliendo de su adorado Los Angeles para adentrarse en el resto de Estados Unidos. “Tulsa Jesus Freak” es una de las primeras paradas en esa América rural de Biblias, ranchos, Jesús y botellas de ginebra. Eso sí, musicalmente es más “Candle In The Wind” que americana, llegando a terminar con la voz de Lana pasada por auto-tune.
Luego llega el otro adelanto del disco, la notable “Let Me Love You Like A Woman”, en la que utiliza uno de sus recursos favoritos, citar títulos de otras canciones e incluirlos en sus letras, aquí se quiere perder en la lluvia púrpura (como Prince) y colocarse con champagne rosa (como Ariana Grande), lo cual va perfecto en una canción cuyo estribillo dice "háblame en canciones y poemas". “Wild At Heart” es una actualización, y una mejora, de “How To Dissappear” de “Norman Fuckin Rockwell!”, sobre todo gracias a un estribillo altamente mejorado. Los ecos americana ya comienzan a soplar en una canción cuyo título nos sitúa en la carretera junto a dos de sus referentes absolutos, David Lynch y Chris Isaak. “Dark But Just A Game” es una canción fascinante, con varios cambios brutales, en un tema sobre la fama (“Sabes, nuestro amor es igual, ambos pasarán a la infamia”) en el que lanza guiños a Allen Ginsberg, “los mejores pierden la cabeza”.
“Not All Who Wander Are Lost” es esquelética, poco más que acústica y bajo, con ligeros toques country en la guitarra al final, es un tema realmente bonito en el que el estribillo vuelve a utilizar su registro más alto, volviendo a hablar sobre viajes y viajeros. La inclusión de “Yosemite”, una canción grabada hace cinco años, compuesta e interpretada junto al productor Rick Nowels, es una pequeña sorpresa, pero va perfectamente con el ritmo del disco. Puede que la rescatara por ese guiño a “For Free” en la letra o puede que lo hiciera para que la gente no se equivoque, a pesar de la enorme presencia de Jack Antonoff, esto es un disco de Lana del Rey al cuadrado, da igual quien sea su colaborador principal. Puede que su inclusión haya dejado fuera a “Dealer”, esa canción en la que Lana decía que se dejaba la garganta gritando, habrá que seguir esperando al disco rock de Del Rey.
“Breaking Up Slowly”, la colaboración con Nikki Lane, es la canción más floja de todo el disco, es su momento más country, con pedal steel incluida, pero le falta gancho, en esta ocasión la fascinación no puede con el aburrimiento, es el único resbalón de un disco notable que se cierra con dos canciones unidas entre sí.
La penúltima canción comienza con una referencia a la última con Lana nombrándose heredera de tres de las grandes compositoras e intérpretes del siglo XX: "Estoy haciendo una versión de Joni, estoy bailando con Joan, Stevie me está llamando por teléfono", que no son otras que Mitchell, Baez y Nicks, Lana se coloca a su lado, con una canción que es puro Laurel Canyon, ese saxofón, y que contiene uno de los mejores puentes de todo el disco, ese que comienza con "I went down to Woodside" y termina con un guiño al “Like A Rolling Stone” de Dylan. Para finalizar Lana deja a un lado a sus amigas legendarias y trae a una nueva generación para compartir “For Free” de Joni Mitchell, ya de vuelta en Los Angeles. Es muy significativo que ofrezca a Zella Day la primera intervención, ella se quede con el lugar del medio y deje que cierre la canción, y todo el disco, la increíble voz de Natalie Merring, mejor conocida como Weyes Blood. Es un hecho que la dignifica, como si quisiera pasar el testigo, y es que Merring tiene una de las voces más increíbles de la música actual, muy superior a la de la propia Lana, a la altura de la mismísima Joni. Es un broche por todo lo alto y, posiblemente, la mejor versión que haya hecho nunca esta artista.
Puede que “Chemtrails Over The Country Club” no sea la obra maestra definitoria que fue “Norman Fucking Rockwell!”, pero encaja como un guante en su universo sonoro, exuberante, barroco, melancólico y un punto decadente.
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