Lamparetes

Desde “Alegria” (Blau/Dismedi, 2002), los álbumes de Antònia Font han sido siempre como esos libros que puedes leer una y mil veces, siempre vas a encontrar pequeños detalles en los que no habías reparado antes, algo que no hace más que engrandecer sus discos con cada nueva escucha. Esa habilidad para construir obras en apariencia inofensivas, pero de trasfondo denso, es lo que ha convertido a los mallorquines en un grupo a la vez popular y mimado por la crítica. Con sus canciones -el single “Clint Eastwood” es un gran ejemplo-, hay siempre dos lecturas, la inocente y la sesuda, y eso es algo muy difícil de conseguir. Además en “Lamparetes”, su obra más rotunda desde “Taxi” (Blau/Discmedi, 04), el grupo parece haber abordado la vuelta al trabajo con una redoblada libertad, dándose el gusto de no dosificar sus excentricidades, a la vez que Joan Miquel Oliver ha optado por una forma más lineal de contar historias. “Lamparetes” es un pequeño monumento a la grandeza del ser humano, lleno de grandeza y humanidad a su vez. Hay un denominador común entre las ambiguas postales de “Islas Baleares”, la inmediatez pop de “Calgary 88”, el sinfonismo grave de “Coses modernes” o la melancólica filantropía de “Carreteres que no van enlloc”: un mismo espíritu inquieto, terrenal, benigno y, mientras quede un hombre en el universo capaz de encender un fuego, inmortal.