Los catalanes Dorian regresan al mercado discográfico tras “La ciudad subterránea” (Pias, 09), un disco que les valió, entre otras cosas, la portada de esta publicación. Allí se mostraban todavía cautelosos con una serie de sonidos con los que empezaban a experimentar. También aparecían con unas letras sobre culpa y exorcismo personal que han llegado a ser himnos en festivales. Han viajado, han seguido empapándose de otros lugares y sonidos y han acabado por encerrarse en México con Phil Vinall (Placebo, Pulp, Elastica…) para entregarnos su disco más trabajado. Sonidos impecables, arreglos inteligentes, teclados a la altura de los discos más atmosféricos de los de Robert Smith, ritmos contundentes como los de “Tristeza” y, cómo no, letras que piden ser gritadas en soledad o en medio de cualquiera de sus conciertos. En esta ocasión nos hablan de fortaleza (“Arde sobre mojado”), textos terapéuticos que si en su disco anterior hablaban de tormentas interiores, esta vez hablan de una tormenta que se desata hacia fuera. Guiños a México, Argentina o Francia. Vaya, que Dorian hace tiempo que no se conforman con ser una de las más importantes bandas de pop de este país. Quieren más, y este disco será, sin duda, la llave perfecta para seguir abriendo puertas.
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