Hace unos cuantos años Kiko Veneno se erigía en padrino del flamenquito pop que tiene en “Échate un cantecito” (1992) su obra magna. Algo así como la piedra filosofal de un género por el que han transitado desde el desparpajo poético de Los Mártires del Compás hasta un Muchachito que le daba ese trepidante toque swing tan personal, pasando por unos Ojos de Brujo que le insuflaban mucho groove y mentalidad hip hop, hasta llegar a unos Fuel Fandango y su dimensión lounge y electrónica. Pues bien, de todos ellos el que más próximo se muestra a las enseñanzas del maestro Veneno es El Canijo de Jerez, quien certifica su doctorado “cum laude” con esta colección de doce canciones.
Un álbum que sintetiza a la perfección los atributos del género: Voz con un puntito de desgarro; guitarras flamencas; bajo algo funkoide, palmas y pitos, coros flamenquitos, litros de descaro y una filosofía basada en el día a día y a las penas “puñalás”. Con estos mimbres solo basta esperar que las letras sean populares y conecten con el pueblo llano, pero con ese puntito de surrealismo mediterráneo que tan bien le sienta a la poesía arrabalera. Si a eso le añades alguna concesión a géneros como el reggae (“Brújula perdida”) o el ska (“Zapatos nuevos”) ya tienen un álbum de manual garrapatero. Ahora solo cabe empezar a asumir algo más de riesgo.
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