El décimo álbum de los valencianos en algo más de veinte años de carrera les retrata instalados en una larga fase de estabilidad. En esa forma de despachar, con resuelta fluidez, canciones que responden ya a una factura muy reconocible.
De hecho, es el tercer trabajo consecutivo que produce Santi García, redondeando un tríptico que hasta ahora el quinteto nunca había afrontado con el mismo supervisor tras el cristal de la pecera. Todo ello puede tener algo de revoloteo reservón alrededor de una fórmula que definen a la perfección, mullida en la distancia corta de los grandes festivales y al confortable abrigo de esa clientela de amplio espectro generacional que se han sabido granjear.
Pero el deseo de pulir un trabajo muy directo, compuesto íntegramente por singles potenciales, ha terminado siendo -contrariamente a lo que se pueda pensar de un grupo al que si algo le sobran son destellos de inmediatez pop- un buen salvoconducto para ensanchar un poco más, sin traumas (no vayan a pensar que hay aquí ningún giro copernicano), la marca de su discurso.
“You Gotta Be Cool” es la prueba más palpable. Un radiante single de adelanto, llano, directo y con estribillo en inglés, exento de complicaciones, que podría arquear la ceja del fan de largo recorrido. Pero también lo es el dueto con Zahara en “24 de marzo”, que remite a cualquier hit de Jeanette. Otros pasajes revelan continuismo con su pasado inmediato, como “Al querer”, que enlaza con ese molde de balada croonerizada y a tumba abierta que explicitaron hace algo más de dos años en “Si tú te vas”. O “La deriva continental”, que al igual que algunos de sus últimos singles, articula un swing bailable que parece carne de remezcla.
El álbum, en síntesis, es un muestrario condensado de todas sus potencialidades, porque “La vida es muy corta” exhibe músculo rock sobre guitarras crispadas, si nos vamos al otro extremo de su balanza. Y porque la pegada de los estribillos de “Nuestro momento” o “Albufera” (con Ramón Rodríguez a los coros) tienen todos los números para revelarse como clásicos instantáneos de su discografía, mucho antes de que los arpegios finales de “Ahora todo es posible” (que tanto recuerdan a “747”, el broche con el que los suecos Kent cerraron su inolvidable “Isola” hace casi veinte años) suman al oyente en una plácida despedida. No hay demasiada trampa ni cartón con ellos. Pero tampoco motivo para el escepticismo ni el desengaño. Porque en lo suyo no fallan, y su receta es más diáfana que nunca.
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.