Envuelta en una manta, con el calor en su escuálido cuerpo que desprende la lumbre que hay sobre el suelo y ubicada en ese lugar llamado La Grande que evoca al desierto, con una sensación parecida a la de estar en medio de la nada y sentirse libre y en paz contigo mismo. Justo así es como parece que se ha sentido Laura Gibson grabando su tercer disco: sin ataduras, sin prejuicios, haciendo las canciones que le apetecía.
Con un timbre como el suyo que es angelical, muy fino, hipnótico a ratos, y con la simple etiqueta de artista folk que se le empieza a quedar cada vez más pequeña, porque ella es mucho más que eso. Pasito a pasito, sin hacer mucho ruido, ella va entregando canciones y discos que son tesoros que vas descubriendo cuando poco a poco y que siempre te dejan ese poso de melancolía.
Se agradece que el disco no sea muy largo, una decena de canciones para treinta y cinco minutos que dan mucho de si, puesto que la propuesta es densa, muy profunda, una obra perfecta para disfrutar mientras viajas en tren y observas el paisaje.
De “La Grande” a “Feather Lungs” -preciosos los arreglos en esta canción- no hay un solo segundo de desperdicio, una obra redonda.
Laura Gibson lo ha vuelto a hacer.
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.