Con bandas tan dispersas como Ween se tiene siempre el mismo peligro: es fácil aplaudir sus incontinentes chaladuras, al mismo tiempo que cuesta tomarles demasiado en serio y registrar en el disco duro de nuestra memoria algún trabajo suyo a retener con caracteres dorados. Y es que eso es lo que tiene ser tan rematada e incorregiblemente iconoclasta con toda clase de géneros, que se puede pasar de la boutade más o menos graciosa al arrebato de genialidad con tan sólo cruzar una delgadísima línea.
Por lo que respecta a “La Cucaracha”, decimo primer álbum de los falsos hermanos de Pennsylvania, la moneda ha caído más del lado de la cara que de la cruz. Si no existieran, alguien tendría que inventarlos: nadie más que ellos puede pasar con tanta ligereza y, a la vez, tanto oficio, del country trotón (“Learnin’ To Love”) al sarpullido dance de discoteca de arrabal (“Friends”), pasando por el hardcore (“My Own Bare Hands”), el reggae (“The Fruit Man”), la balada al piano (“Lullaby”) o el soleado medio tiempo sixtie (deliciosa “Sweetheart In The Summer”), y así hasta desembocar en la desbocada jam de “Your Party”. No es de extrañar que este diverso, pero nada desenfocado trabajo, haya sido saludado como una vuelta a su mejor forma, tras cuatro años de mutismo y más de veinte de saltarse a la torera cualquier convención genérica.
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