La escisión que The War On Drugs experimentaron tras la gestación de su primer álbum viene a probar que, en ocasiones, la separación amistosa de las partes puede acabar deparando mucho más que lo que la suma de ellas conseguía destilar. La apreciación no es caprichosa, porque suele ser al revés: disoluciones que derivan en esquejes totalmente accesorios, incontinencias que no saben aplicar la tijera y la pérdida irreparable de esa química que hacía que ciertas combinaciones de talento fuesen únicas e irrepetibles. No es ese el caso de Kurt Vile y su ex compinche Adam Granduciel, quienes se han ido superando disco a disco desde que partieran peras hace un lustro, conjugando una creciente accesibilidad con cotas ingentes de inspiración.
El sexto álbum en solitario de Vile no constituye una excepción a esa tendencia, enmarcada en una secuencia de discos que registró con “Walkin On A Pretty Daze” (2013) un importante salto cualitativo. El listón se mantiene prácticamente a la misma altura con este trabajo, en el que su estado de gracia se traduce en esa capacidad para hacer de sus divagaciones sonoras-a medio camino de lo sintético y lo orgánico-un delicioso entretenimiento, validando esa jactancia según la cual él mismo presume de dar un sentido unitario a una tarea que tiene mucho de picoteo, de aquí y de allá. Quizá se le vaya la mano un poco con el fingerpicking, cuando se explaya tejiendo esos ingrávidos mantras acústicos que buscan (y lo suelen conseguir) mesmerizar al oyente hasta sumirle en una bendita duermevela, enmarcados en un álbum en apariencia más plano que su predecesor. Pero la punzante y magnética delicadeza que desprenden “Pretty Pimpin”, “That's Life, tho (almost hate to say)”, “Dust Bunnies” o “Kidding Around”, transmutado a veces en un Dylan sideral y otras en un Mascis multicromático, confieren a este “b'lieve I'm goin' down...” un bien ganado estatus de digna secuela, preservando indemne gran parte de su esencia. Suma y sigue.
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