Hace veinticinco años, pocos expertos en rock hubieran vaticinado con confianza que la banda Korn estuviera destinada a una larga trayectoria. Ellos mismos lo han admitido en numerosas ocasiones, pues la intensidad e inestabilidad de sus inicios fueron suficientes para descarrilar todo el proyecto. En consecuencia, la subsiguiente longevidad y el estado actual de los californianos como uno de los mayores representantes del metal alternativo, nunca ha dejado de ser sorprendente. Desde su formación, Korn han vendido cuarenta millones de álbumes a nivel mundial, han recibido dos premios Grammy, han girado por el mundo entero una incalculable cantidad de veces. Y si algo han demostrado en sus últimos lanzamientos es el inquebrantable apego y firmeza hacia un proyecto musical a prueba de bombas contra todo pronóstico.
Después de la incursión en el dubstep con “The Path Of Totality” (11), el regreso del guitarrista Head en su brillante “The Paradigm Shift” (13) y su continuación más enérgica y contundente con “The Serenity Of Suffering” (16) –número cuatro en Billboard 200 y número uno en los charts de Rock Albums y Hard Rock Albums– parece indicar que estos últimos años han sido los más inquietos para la banda. Sin embargo, hay algo en su último álbum “The Nothing”, que se siente definitivo y rotundo, de una manera que la banda no había experimentado antes. En “The Loss”, el último corte del disco, Jonathan Davis canta: “Happiness is a club I’ll never be in” (“La felicidad es un club en el que nunca estaré”). Es una imagen sofocante y desesperada, pero también un resumen, no solo de este álbum, sino de una dura carrera con más de veintiséis años a sus espaldas, distanciándose de todo lo que ocurría a su alrededor.
Es cierto que muchas bandas de metal tratan temas sombríos (drogas, abandono y suicidio), pero pocas han luchado contra la desesperación con tanta franqueza y brutalidad como Korn. Incluso se podría decir que han sabido sobrevivir, convirtiéndose en toda una institución, a su propia leyenda, a su propia historia, pero sobre todo a sus propios monstruos interiores. La banda californiana se abrió paso en 1993 con su debut homónimo, que, para bien o para mal, fue pionero en la escena, consiguiendo convertir, como pocos, la ansiedad en música. Con una mezcla agresiva y arrogante de metal, hip-hop e industrial, dio paso a un subgénero que denominaron nu-metal. Un género que cayó por su propio peso en los años noventa, y que ellos consiguieron retomar leyendo el espíritu de la época, pero con múltiples resultados. Ayudaron a popularizar el rap metal, a pesar de no contar nunca con un MC o DJ, y convencieron a una generación de adolescentes rockeros a comprar una Ibañez de siete cuerdas, estableciendo un sonido que domina muchos rincones del mundo del metal hasta la actualidad. Sin embargo, a pesar de los altibajos de su carrera, la constante ha sido Jonathan Davis, la voz y el alma torturada de la banda, un hombre que nunca ha temido enfrentarse a sus propios miedos. Purgó su pasado problemático –infancia de abusos y una edad adulta de inseguridad y depresión– en algunas de las primeras canciones del grupo (“Daddy”, “Blind”), en los que intentaba ir más allá del lenguaje para articular la ira y la desesperación acumulada en su interior. Pero después de un terrible 2018, con el decimotercer álbum, nos encontramos a Davis luchando con dolor sobre la pérdida de su mujer, Deven, por una sobredosis accidental de droga. Este traumático hecho ha llevado al vocalista a replantear la dirección y el concepto de la banda hacia un nuevo territorio emocional. Aunque, después de todo, ¿acaso no han sido todos sus discos una forma de expurgar sus demonios?
Centrándonos en el disco, desde el primero momento, tras la introductoria “The End Begins”, con esas agonizantes gaitas iniciales –una clara referencia a su pasado–, llama mucho la atención la calidad de su producción: Korn han pasado de sonar pesado y crudo a sonar grandioso, gracias una vez más al gran trabajo de Nick Raskulinecz. Con él, “The Nothing” es, a nivel de sonido, enorme y destructivo, con tonos de guitarra contundentes y profundos. “Cold”, un corte apabullante que golpea intrépido, con Davis sonando indignado y desesperado, posee un riff duro y poderoso, como el sentimiento que lo irradia, donde el dolor por la pérdida se acaba convirtiendo en una pesadilla en la que no puedes escapar: “I can't do it, suffer, can't get through it. They come for me, discomforting” (“No puedo hacerlo, sufrir, no puedo superarlo / Vienen por mí, incómodos”) “Idiosyncrasy” mantiene un tono siniestro y singular, donde consigue desviarse del foco atmosférico para adentrarnos en un serpenteante camino lúgubre, acompañado de un terrorífico coro que parece que nos prepare para “The Seduction Of Indulgence”, un interludio desgarrador en el que Davis repite, “Skinning me, stabbing me, touching me, licking me, raping me” ("desollando, apuñalándome, tocándome, lamiéndome, violándome"). Este tema, marcado por una percusión tan atronadora como amenazante, nos recuerda a “Daddy”, pieza en la que David recreaba en primera persona el lamento desesperado de haber sido víctima de un abuso sexual, demostrando con ello que hay algunos horrores en la vida que no siempre se pueden superar. A veces las respuestas, simplemente, no aparecen.
“Finally Free", en cambio, es un caramelo en clave pop, capaz de catapultarnos a la pista de baile, pero a través de un turbio viaje; “The Ringmaster” suena visceral y atonal, mientras que “Gravity For Discomfort” y “H@rd3r" nos recuerda a esa forma de canalizar la angustia adolescente de los primerizos Korn, sobre todo cuando Davis pregunta, con evidente exasperación, por qué la vida tiene que seguir lanzando obstáculos insuperables. “The Loss”, el penúltimo track de este disco, es también el que más sorpresas guarda. Podría concebirse como un himno embrujado de Korn, armado por pirotécnicos y densos riffs, mientras viajamos por un sonido que une pasado y presente de la banda, acompañados por unos coros que sacuden los huesos y una producción exquisita capaz de sacarle brillo al mejor soundsystem. "You'll Never Find Me" es una canción directa, pero no menos apasionante, con un ritmo arquetípico y ondulante, un claro guiño a la vieja escuela, al que le siguen unos inquietantes teclados. Del mismo modo, “The Darkness Is Revealing” desarrolla una escritura parecida, mientras el cantante cuestiona su control sobre la realidad en medio de un relampagueante goth-funk capaz de hacer crujir la tierra. El espíritu de ambos temas nos retrotrae a su disco en solitario “Black Labyrinth” (18), cuyas palabras parecían predecir lo que posteriormente escucharíamos, un año después en el cierre de este “The Nothing”, con “Surrender To Failure”: “For every good thing I’ve done there’s a price to pay" (“Por cada cosa buena que he hecho hay un precio que pagar"), señalando Davis las raíces más crueles de la vida. ¿Por qué ciertas personas parecen recibir golpes más duros que otras? Esta tendencia hacia la NADA, en el sentido más sartriano del término, recorre el disco de principio a fin.
Tras el lanzamiento del primer single “You’ll Never Find Me”, Davis declaraba en un comunicado de prensa: "En lo más profundo, dentro de nuestra Tierra vive una fuerza extraordinaria. Muy pocos son conscientes de la magnitud y el significado de este lugar donde el bien / el mal, la oscuridad / la luz, la dicha / el tormento, la pérdida / ganancia y la esperanza / la desesperación existen como uno solo - tirando de nosotros en cada momento de nuestras vidas. No es algo que podamos elegir , sino una conciencia de esta presencia que nos rodea en todo momento, como si constantemente nos estuvieran observando ”. Y continúa: "Es el lugar donde las energías en blanco y negro se unen a nuestras almas y dan forma a nuestras emociones, elecciones, perspectiva y, en última instancia, nuestra propia existencia. Hay un reino pequeño y milagroso dentro de este vórtice y es el único lugar donde existe el equilibrio entre estas fuerzas dinámicas y polarizantes, donde el alma encuentra su refugio. Bienvenido a ... LA NADA " *. Esta NADA, que nace a partir de la pérdida de los seres queridos de Davis, es a su vez creadora, parte integral del nuevo rumbo de la banda, mucho mas consciente de sí mismo, de sus flaquezas, pero también de sus virtudes.
Un cuarto de siglo después, los estadounidenses tienen muy poco que demostrar, pero “The Nothing” no suena como el trabajo de una banda con un ojo puesto en la jubilación. Más bien, como una depuración de su sonido, una puesta en marcha en pos de un porvenir que promete venir cargado de experimentación. Y a pesar de las horribles acontecimientos personales de los miembros de la banda, este es absolutamente uno de los mejores y más estimulantes discos que ha armado el quinteto de Bakersfield. Esperemos que este acto catártico conduzca a buen puerto a cada uno de los involucrados. Mientras tanto, que sigan sonando tan poderosos como el infierno.
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