Que Estados Unidos es el reino de la exageración es algo que ya tenemos muy claro. En ese ímpetu intrínseco en su sociedad –entre otras cosas– es que la vasta e inabarcable cultura musical local se destaca, haciendo caso al concepto de show business. Que el primer disco de Korn en 1994 era impresionantemente crudo y abrasivo para ocupar los espacios de popularidad que obtuvo casi de inmediato también es algo que no admite duda, pero si pensamos en la teoría de la exageración de la que estoy hablando, todo puede cobrar sentido.
Recordemos que aquel sonido fue revolucionario por ser mucho y más: el bajo de Fieldy era más grave que el de Billy Gould de Faith No More, los gritos e inflexiones de Jonathan Davis eran más bestias que las de Trent Reznor, los delirios cósmicos de las guitarras eran más complejas que las de Tom Morello y el batería David Silveria intentaba pegarle más fuerte que Mike Bordin y tener el groove de Chad Smith. ¿Todas estas intenciones hicieron que Korn fuera una banda más grande que las anteriores mencionadas? Aunque todo depende de gustos, diría que no. Pero lo que sí que consiguieron con todas esas características buscadas en un proceso casi frankensteiniano –el de intentar ser la banda de metal más moderna y bruta– fue un lugar de privilegio en la historia reciente de la música pesada. A partir de ese momento fueron muchos quienes les imitaron y nadie les ha igualado en su terreno.
En 2022 los estadounidenses vuelven con “Requiem”, un disco en el que nos encontramos a un grupo con hambre y con una energía vital que sorprende gratamente. Por momentos da la impresión de que han concentrado muchas de las virtudes que les escumbraron en una misma canción: grooves contagiosos, riffs con contestaciones perfectas, voces susurradas y oscuras en crescendos efectivamente controlados y mucho gancho. Es posible que los coros que usan tengan algo de sonrojante a estas alturas y que Davis no alcance el tono de madurez que requerirían algunas letras, todavía más las que remiten de algún modo a la etapa de sanación que está viviendo tras la muerte de su esposa en 2018, pero también tenemos aquí un gran nivel de foco y una excelente puntería para sacar provecho de cada composición. ¿Ejemplos? Los preciosos estribillos de “Disconnect” y “Forgotten”, en los que el aura de Alice In Chains bendice la jugada; el aire dark pop y los acertados arreglos vocales de “Penance To Sorrow”; la solidez general de “Let The Dark Do the Rest”, el scat descontrolado de Davis y los efectos disonantes de las guitarras en “Worst Is On Its Way”, que se configura en un perfecto cierre para un álbum compacto, serio y en el que Korn revalidan su espacio de líderes generacionales, volviendo a dejar en las sombras a muchísimas bandas que crecieron bajo sus alas y dando una masterclass sobre cómo manejar la exageración.
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