El debut de Lewis Roberts es una absoluta experiencia sensorial donde la tecnología se convierte en pura naturaleza y los beats se desarrollan como auténticas ramas de los árboles. Un álbum íntimo que huye del space y los sonidos más club de lanzamientos previos para colocar los pies en la tierra y generar un enfrentamiento entre realidad y ficción. “Agor” es un proyecto que baila entre la humanización y la absoluta claustrofobia que generan unos ritmos tan hipnóticos y pacíficos como angustiosos. Una gran apuesta que ha tardado seis años en ver la luz y que demuestra que Koreless no es únicamente el productor de electrónica perfecto para las estrellas. Un puzle gigante de texturas y paisajes sonoros que suponen una inyección de oxígeno.
Envolvente y cautivador; “Agor” está repleto de increíbles detalles que demuestran lo preciosista que ha sido Lewis con un trabajo que él mismo denomina como una increíble obsesión que le ha marcado para siempre. Centrado en la transmisión de emociones que coloquen al oyente en un paisaje artificial, sintético, pero cálido y muy físico. Juega a generar una tremenda falta de confort cortando toda muestra sonora que pueda estabilizar al público y relacionarle con un sonido más sencillo y comercial. Apuesta por llevar la voz a la mínima expresión y potenciar así la percusión. Un ejemplo de ello es ese corte del clímax vocal en mitad de “Frozen” o es esa maravillosa “Joy Squad” que le sirvió además como single y se manifiesta como la única pista de espíritu house del proyecto. Tema en el que, a través de unos agudos imposibles, ahoga cada bloque que provoque seguridad en el oyente, los corta de raíz, los mata y los reconstruye cuando menos te lo esperas dándoles una nueva vida. Intenta generar esa idea de que jamás sepas qué puede pasar en cada pieza, un reflejo de lo libre e impredecible que es la naturaleza. Que, al margen de todo artificio, es el verdadero espíritu de “Agor”.
Cada onda sonora, cada beat que coloca, debería tener la libertad de crecer y manifestarse dentro del álbum a sus anchas. No existan unas pautas a seguir que les obliguen a respaldarse los unos a los otros. Aún así, la cohesión en todo el disco es innegable. El artista usa la repetición de sonidos y técnicas para familiarizarnos con cada escucha. Busca ritmos hipnóticos que te desplazan pista a pista y no te deja escapar. Construye melodías que te trasladan a sensaciones y paisajes del mundo real que ya conocemos. Y, de hecho, hace que te sientas verdaderamente atrapado por esos alambres que como decíamos al principio asfixian el mundo natural para concentrarlo dentro de un todo y no dejarle ser tan poderoso como se merece. Unas barreras que frenan el crecimiento, una auténtica metáfora de los tiempos en los que vivimos donde el miedo y la censura nos impide cada vez más mostrarnos tal y como somos. Donde seguimos luchando por defender el lugar que merecemos en el mundo. Como ejemplo, esa “Yonder” con la que inicia “Agor” que avanza con pies de plomo y de forma pausada aniquilando todo lo que se le cruza por su camino. Y que, a su vez, da paso a esa increíble “Black Rainbow” como una auténtica alerta de la situación y un llamamiento a la defensa.
Koreless ha realizado un movimiento muy inteligente hacia la búsqueda del prestigio. Ha manoseado cada beat hasta alcanzar lo que buscaba. Además, la carta de presentación de esta nueva etapa incluye también a FKA twigs, con la que trabajó en “Magdalene”, bajo la dirección del videoclip de “White Picket Fence”. Hay una gran implicación y visión en “Agor”, también mucha autenticidad y un estilo propio que define quién es Lewis Roberts en el presente. Se trata de un debut que refleja el amor del artista hacia la electrónica y cómo es capaz de saltar de una gran producción a la absoluta intimidad. Una apuesta por la calidad, por la música y el talento.
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