Hasta la lejana República Democrática del Congo tenemos que viajar (es un decir...), si queremos descubrir una de las más refrescantes y revolucionarias sorpresas musicales del año: el hiperactivo colectivo artístico que responde al nombre de Kokoko! Desde las profundidades de un suburbio de Kinsasa llega hasta nosotros “Fongola”, un artefacto explosivo en forma de disco debut que está llamado a ser uno de los discos más confrontacionales, atrevidos e interesantes de 2019, situado en un terreno improbable y difícilmente clasificable donde las tradiciones musicales congoleñas, con energía febril de celebración catártica, se ven filtradas por la perspectiva moderna y tecnológica del DJ y productor francés Débruit y su electrónica cerebral, que bebe tanto del espíritu adrenalínico de una rave como de las texturas elegantes de la música de club más housera.
Resulta imposible quedarse indiferente ante todo lo que “Fongola” ofrece, tanto en lo musical como en lo ajeno a las canciones: Kokoko! construyen sus instrumentos partiendo de objetos sacados de la basura; sus poliritmias percusivas surgen de artefactos construidos con máquinas de escribir, latas, guitarras rotas, botellas, placas de metal, antiguos reproductores de cassette... todo vale en su peculiar y valiente apuesta por el Do It Yourself más literal, que no sólo surge como única opción dentro de un contexto de pobreza y precariedad, sino que forma parte indispensable del carácter contestatario y a contracorriente del colectivo (Kokoko! no es un grupo de música “al uso”, el aspecto musical viene apoyado por un nutrido grupo de bailarines y artistas performánticos). Todo en Kokoko! transmite riesgo, urgencia, protesta, pasión, tensión y misterio: aquí hay tanta calle como en un disco de Wu-Tang Clan, tanto sudor como en una jam de Fela Kuti y tanto nervio como en una canción de Black Flag.
Kokoko! son un soplo de aire fresco, cargado de contenido crítico y rebosante de talento. Cada canción de “Fongola” supone una sorpresa continua de sonoridades tribales, cánticos guturales alucinados y percusiones infecciosas sobre bases electrónicas de cadencia monolítica y arreglos de sintetizadores y cuerdas que dotan al conjunto general de una luminosidad realmente curiosa, en un juego de contrastes continuo entre la oscuridad y el peligro de la vida en una realidad tan marcada por la violencia y la desigualdad como es la de la República Democrática del Congo y un desenfreno de colorido y exaltación de la vida al que es muy difícil resistirse.
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