Esquivo y escurridizo, Archy Marshall se ha ido formando entre raperos y dealers, poetas malditos y personajes derrotados en los suburbios londinenses de Peckham, al sur de la metrópolis. Respirando el hedor de una sociedad estancada y una juventud sin horizontes y tratando de narrarlo de forma naturalista, sin miedo a los detalles crudos, mientras iba configurando un sonido que cristalizó en The OOZ (17): una pantanosa mezcla de las bases hip-hop y el indie-rock que puso banda sonora a su adolescencia con la electrónica que inundaba la escena underground, el post-punk que resucitaba en Peckham y el jazz. Atrapado en la ciudad, como le reconocemos en el primer tramo de "Man Alive!": iracundo en "Supermarché", terrorífico en "Comet Face" o en "Stoned Again", perdido entre soledad y otros vicios.
Pero todo cambia cuando se entera de que va a ser padre, empieza a pasar más tiempo con su mujer en el Gran Manchester y se abre a la tranquilidad, al plain-air, a los monolitos industriales. Si antes podríamos identificar su música y su lírica con un Francis Bacon, de espacios angustiosos y cerrados, psicopatías urbanas y bruma de suburbio, ahora deja entrar a William Turner, el paisaje desdibujado por la niebla. Empieza a reparar en detalles, en el lado bueno de las cosas, e incinera al viejo Archy como en el vídeo de "(Don’t Let The Dragon) Draag On". Hay que quemar para volver a construir, y por eso "Man Alive!" suena como un ritual de preparación para el cambio, testigo y testimonio de él, como exponen bien "Energy Fleets" o "Theme For The Cross".
King Krule encuentra ahora esperanza en el mundo y tiene algo por lo que vivir, y no tiene miedo de exponerse y reconocer que, para avanzar entre el caos, tenemos que asumir que nos necesitamos. No somos nada sin amor y sin los demás. Aunque vivamos en este mundo de mierda, tenemos amor y a los demás. Nos irá bien.
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