Norteamérica ha fascinado a los artistas europeos desde hace mucho tiempo. Incluyendo, por supuesto, a los músicos. Sus distancias inabarcables, sus extremos, su mitología y su cine han inspirado abundantes canciones memorables también a este lado del Atlántico.
Es normal que al dúo de Liverpool King Hannah le haya sucedido lo mismo, teniendo en cuenta sus gustos y pasiones. Su primera gira por Estados Unidos ha catalizado un segundo álbum que convence por un maduro clasicismo que sorprende teniendo en cuenta la juventud de sus artífices. La compositora Hannah Merrick y el guitarrista Craig Whittle exhiben influencias, de la electricidad desatada de Neil Young y Crazy Horse, a la austeridad lacónica de Bill Callahan, pasando por el eterno Lou Reed o las turbias atmósferas eléctricas en los aledaños del grunge.
Bien mirado, el rock se hizo adulto también cuando en ciudades como Liverpool se metabolizaron los sonidos que llegaban del otro lado del Atlántico. Y nada suena impostado en “Big Swimmer”. La producción naturalista de Ali Chant (Sorry, Yard Act) le viene de maravilla a la voz dulce pero con carácter de Hannah y las guitarras explosivas de su compañero, que completa un trabajo sensacional. Todo se desarrolla con un marcado sentido cinemático cocido a fuego lento, que crece además por la doble colaboración de Sharon Van Etten.
Y así, las virtudes majestuosas de cortes como el que da título al disco se imponen por goleada a pecados menores como que la dicción de Merrick en alguna de las viñetas autobiográficas se mimetice con la de coetáneos como Dry Cleaning. He aquí un disco que será escuchado dentro de diez años sin que haya envejecido un ápice.
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