Los incansables australianos King Gizzard & The Lizard Wizard siguen batiendo records de productividad con un nuevo trabajo que sale apenas dos meses después del decimonoveno. No contentos con eso, Stu Mackenzie y compañía entregan un ambicioso doble de ochenta minutos. Habrá quien piense, con razón, que es demasiado. En cualquier caso, su vigésimo LP en una década es un viaje cósmico de dieciséis cortes donde cabe literalmente de todo. Si la electrónica modular teñía su anterior trabajo, podríamos decir que el nuevo es un compendio de su manera intrincada de entender la música: el título en latín no es casual. Un tour de force para nuestro goce (o irritación), dependiendo de la disposición personal de cada uno a entrar en su mundo y entender sus bandazos estilísticos unidos bajo el paraguas psicodélico: rock, metal, pop y soul, electrónica, hip-hop, acid jazz, R&B con un toque marciano, easy listening aflamencado...lo que sea.
Van tan sobrados que se permiten el lujo de iniciar con un preludio de soul vintage que explota en una especie de hipnótica odisea kraut de dieciocho minutos (“The Dripping Tap”). Su modo de entender la psicodelia se puede condensar en los aires orientales electrónicos de “Magenta Mountain” -con su aire a The Flaming Lips-, la juguetona “Blame It On The Weather”, la deliciosa “Red Smoke”, o en el single “Kepler-22b”, que incluye samples del poco conocido australiano Barney McCall y ambientes soleados a lo The Avalanches.
Pero la banda no se queda ahí. En “Gaia” recuperan su lado más aguerrido a lo Black Sabbath para pasar inmediatamente a las atmósferas suaves de “Ambergris”, el hip-hop acid jazz de vieja escuela de “Sadie Sorceress” -en “The Grim Reaper” repiten la jugada-, y el bajo sintético y las melodías de pop ochentero con falsete de “Evilest Man”. El contraste se hace brutal entre el easy listening amable de “Presumptuous” y el metal siniestro pasadísimo de “Predator X” ¿Excesivo? Es parte del show. Lo tomas o lo dejas. Y al final, es difícil resistirse al psicotrónico despliegue de vitalismo creativo de los australianos, aunque como es lógico se les cuele algún corte irrelevante (“The Garden Goblin”).
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