Tras un 2017 frenético donde el grupo australiano King Gizzard & The Lizard Wizard publicó hasta 5 elepés, llegó el momento de parar la máquina compositiva para ofrecernos una nueva visión de sus temas. Existía la duda acerca de que la banda de Stu Mackenzie pudiese sorprendernos y ofrecernos nuevos giros a tenor de la hiperproductividad mostrada en estos últimos años. Sin embargo, esto vuelve a suceder con un disco muy dinámico, donde reconocemos algún que otro tic presente a lo largo de su trayectoria pero que sin lugar a dudas refleja una marcada voluntad por alejarse del rock frenético y dotar las canciones de un espíritu más relacionado con el blues. Así es como estas nuevas composiciones suenan más calmadas pero con el entusiasmo y el cierto punto de espontánea locura que los caracteriza, encontrando los momentos en los que poner toda la carne en el asador como sucede en la sintética y pegajosa “Cyboogie”. Al mismo tiempo, han sido capaces de domar sus guitarras, sintiendo como el estado de alerta en el que nos suelen sumir se ha visto enormemente rebajado, sin perder el efecto liberador de sus solos instrumentales como ocurre en ‘Real’s Not Real’. A esto tenemos que unirle una instrumentación que resulta de lo más medida, encontrando una expresión psicodélica con la que aportar la dosis de edulcorante precisa en los temas.
Más detalles que llaman la atención a lo largo del disco llegan a través de la concepción y la búsqueda de un sonido boogie propio y reconocible, encontrándonos con un esfuerzo por reforzar sus ritmos de una forma bastante diferente a lo que estamos acostumbrados. Por ello ‘Boogieman Sam’ lo tiene todo para convertirse en una de esas canciones con las que poder descender el Misisipi al más puro estilo de Tom Sawyer, atravesando diferentes etapas que van desde el virtuosismo guitarrero hasta los arreglos de vientos ligeros que terminan por impulsar el tema. Tampoco se queda corta ‘Acarine’ a la hora de continuar por estos derroteros, solo que en esta ocasión son capaces de sacar su vena más progresiva llevándolo todo hacia terrenos más misteriosos. Sea como sea lo que queda claro es que el abanico de posibilidades mostrado se acaba extendiendo hasta límites insospechados, sabiendo en esta ocasión como serenar los ánimos de una forma por momentos similar a como lo hicieron en “Paper Mâché Dream Balloon”, es decir, sonando como si todo fuese facturado por el conjunto de elementos asociados a la canción americana más jazzística. Por lo tanto queda demostrado como su inventiva sigue sin evidenciar signos de agotamiento a la par de intentar esquivar sus propios clichés.
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