Juro que tuve que leer el dato hasta tres veces para asimilarlo. No daba crédito a que hubieran pasado seis años desde la última aventura discográfica en estudio de Kiko Veneno. La verdad es que me hizo pensar que, al igual, “Sensación Térmica” (2013) me dejó tan indiferente como la picadura de un mosquito en pleno invierno. Y eso es algo peligroso para los artistas más veteranos: que sus discos pasen a engrosar una lista de hitos poco memorables. Por suerte el envoltorio electrónico de este nuevo álbum, sumado a unos cuantos aciertos en el arte del soniquete, nos devuelve a un Kiko más jovial y lúcido. Temas como la satírica “Autorretrato”; la bailonga y sin prejuicios “Sombrero roto” o la ácida “Yo quería ser español”, con zasca incluído a la plaga bíblica de los anuncios radiofónicos de Securitas Direct (deberían prohibirlos por ley), construyen un disco muy solvente que incluso aporta una tierna y dulce balada que desengrasa la vocación electrónica del álbum. Y es que uno podría quedarse con la anécdota del envoltorio colmado de sintes en el que se ha sumergido el propio Kiko. Una especie de transmutación en el cuerpo de un viejo amigo como David Byrne en su vena más exploradora. Pero en el fondo no deja de ser eso: una divertida anécdota que le da un barniz diferente a un estilo que es ya marca de la casa, y del que han bebido muchos que vinieron después. Kiko Veneno acierta, no en todos los temas, pero si en los suficientes para celebrar un puñado de nuevas canciones que revitalizarán su ya clásico cancionero.
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