Justo cuando se acaba de anunciar la gira del sesenta aniversario (¡sesenta!) de The Rolling Stones, aparece esta reedición de “Main Offender”, el disco en solitario que Keith Richards lanzó hace treinta años. Tras una convulsa década de los ochenta para el matrimonio artístico Jagger-Richards, habían vuelto las aguas stonianas a su cauce, vía “Steel Wheels” (89) y la mastodóntica gira posterior. Sin embargo, en lo que se refiere a Keith Richards, era evidente que el muy bribón se lo había pasado en grande con sus X-Pensive Winos, una banda con la que podía grabar y girar en un entorno más simplificado, más distendido y más informal. Había vida fuera de los Stones… y era divertida.
Así las cosas, en 1992 Richards aprovechó un parón de las Piedras Rodantes para retomar la senda paralela iniciada con el muy recomendable “Talk Is Cheap” (88). Fue así como, con el guitarrista Waddy Watchel y el batería Steve Jordan (el mismo que ahora reemplaza a Charlie Watts) colaborando en la composición y la producción, dio forma a las diez canciones incluidas en el “Main Offender” original. Con ellas, por cierto, también salió a la carretera, en una gira bañada en Jack Daniels de la que muchos guardamos un muy grato recuerdo.
Reescuchando ahora esta versión remasterizada, se aprecia que el álbum sigue desprendiendo un aura de camaradería y desenfado, de colegas tomando unos tragos y dejándose llevar. No es exactamente una jam, pero por momentos lo parece. Los riffs característicos de Keith están ahí, aunque algo camuflados por unas atmósferas y unos ritmos que llegan a disiparse hasta abrazar el reagge. Por otra parte, la peculiar y limitada voz de Keith suena a veces atenuada por la poderosa y dinámica batería de Jordan. Lejos de imponerse un sentido de la disciplina, prevalece cierta dispersión. Eso sí, sin llegar al caos. Es obvio que no es un disco de los Stones, ni pretende serlo.
Entre el repertorio, y ante la ausencia de singles dispuestos a encaramarse en lo más alto de las listas, todavía destacan la crudeza y aspereza de “999” y “Wicked As It Seems”, o el nervio de “Eileen”. En cambio, las aspiraciones comerciales de “Demon” se quedan más bien a medias, mientras el insulso devaneo reagge de “Words Of Wonder” o la repetitiva “Body Talks” son, por mucho que nos pese, bastante prescindibles.
En cualquier caso, esta reedición debe ser motivo de celebración. Entre otros motivos, porque se presenta en una variedad de formatos apta para todos los gustos y colores. Así, desde la simple descarga digital, pasando por el doble CD Deluxe o una bella versión en vinilo rojo, hasta llegar a la opción más lujosa –que además de libro, fotos y memorabilia diversa, incluye la grabación de un concierto celebrado en Londres en la época– cualquier admirador de Keef puede elegir cómo prefiere rememorar un periodo de su trayectoria que, si bien no fue el más inspirado, sí sigue siendo muy reivindicable.
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