Todavía no he tenido el placer de conocer a Kate Tempest en persona, pero me la imagino entre ruda, simpática y punzante. No hace falta ser un lumbreras para llegar a esa conclusión, aunque es evidente que escuchar sus discos con atención, leer un par de sus libros y verla sobre un escenario lo subraya con una rotundidad que despeja todas las dudas posibles. Ojalá entendiese al cien por cien sus canciones, estuviese familiarizado con todo el vocabulario que salpica sus escritos y sus letras, así podría transmitir a nuestros lectores cada uno de los mensajes que Tempest le escupe al mundo, pero nadie dijo que disfrutar con ella fuese fácil. Porque ahí reside una grandiosa parte del valor del trabajo musical de Tempest. Es una chica rebelde, creativa y con un talento digno de elogio. Kate es una artista mucho más social que sus coetáneos, una escritora-rapera que cuenta historias que son nuestras historias y sobre todo una escritora-rapera mucho más generacional que todos aquellos grupos que cantan canciones de estribillos sonrojantes pero que todos recordaremos pasen diez, veinte o treinta años si seguimos en este mundo tan jodido y cada día menos contento.
En algún momento de su vida, Kate Tempest descubrió el poder de la palabra y desde entonces decidió que sería el cruce perfecto entre dos hombres, John Cooper Clarke y Mike Skinner, con las mismas pelotas que James Williamson, la misma mala leche, pero un vocabulario mucho más amplio. Acumula libros publicados (acaba de editar el poemario “Mantente firme” en castellano), fue vocalista de Sound Of Rum -aunque allí no rapeaba con tanto ímpetu como ahora- y lanzó hace un par de años otro huracán en formato disco (“Everybody Down”, en Big Dada) con el que “Let Them Eat Chaos” guarda muchísimos puntos en común. Dicho de otro modo, la Kate Tempest actual es la misma Kate Tempest de 2014 pero más mayor, más sabia y más rebelde todavía. Y el envoltorio musical que rodea a su voz, cuando lo hay, en “Let Them Eat Chaos” es parecido a lo que conocíamos de ella hasta el momento, aunque más desnudo y percutante: electrónica de líneas tensas pero constantes (desde el espíritu DFA de “Lionmouth Door Knocker” al bombear dub de “We Die”, pasando por el minimalismo melancólico de “Pictures On A Screen”). Tempest parece mucho más consciente de que tiene algo que comunicarle al mundo y que, en muchos casos, su voz es suficiente para dejarlo fluir y crear algo memorable y efectivo. Al margen de “Perfect Coffee” y “Grubby” –los únicos cortes en los que se permite cantar durante unos segundos-, Kate Tempest expulsa su fraseado con la fuerza de una ametralladora de paintball. El balazo no sangra, pero cuando llegas a casa descubres que algo que parecía inofensivo te hace arder la piel como hacía tiempo que nada lo hacía. Y todo ello sin que sus letras sean simples proclamas contestatarias, sino que son sus historias, sus ensayos cantados y sus protagonistas los que nos recuerdan que estamos nadando desesperadamente en mares de aguas residuales y pestilentes, que cuando no nos damos cuenta el sólido suelo sobre el que caminamos se convierte en arenas movedizas en las que la honestidad se hunde y la mierda parece flotar sin esfuerzo.
Más que un disco, “Let Them Eat Chaos” es una visita guiada por los servicios sociales (británicos, eso sí, aunque no hace falta mucha imaginación para generalizar), entre sudores, cerveza y sangre; un reportaje sobre la vida real en la que Kate Tempest narra vidas de gentes corrientes sin la pirotecnica amarillista de Gloria Serra. Y cosas así nunca van a estar de más. En este mundo, no. Así que vota Kate Tempest.
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