“The Alchemist's Euphoria” (22) supuso una gran prueba de fuego para Kasabian, luego de ser el primer disco que el conjunto británico firmaba tras la forzosa y controvertida salida de su vocalista, Tom Meighan. Sin dejar que la presión de ser comparados con sus célebres años dorados pueda con ellos, la formación decide ahora seguir adelante con esta sobrevenida etapa de la mano de un nuevo larga duración que renueve su valía y alimente la trascendencia de su presente. Sin embargo, y a pesar de sus buenas intenciones, “Happenings” (24) no nos demuestra del todo que Pizzorno y los suyos hayan encontrado todavía la fórmula precisa para que nos olvidemos de su etapa imperial y apenas consigue darnos motivos para querer regresar a sus propuestas más novedosas.
Mientras que en los últimos años han probado defenderse con justicia en directo y darnos la energía y el dinamismo que una puesta en escena como la suya demanda, el estudio parece seguir siendo una asignatura pendiente para estos “nuevos” Kasabian. A su favor, es imperativo mencionar que “Happenings” es un disco puntualmente divertido y luminoso, deudor de ese indie-pop fresquito y amable que tan bien funciona en plena época estival. Pero es precisamente en ese reiterado abuso de coros y “lololos” donde la banda evidencia su actual falta de recursos y su intento a la desesperada por dar con un himno de estadio que nunca llega (con “Algorithms” rozarán vagamente el palo y dando gracias).
Con un pie en el pop progresivo de principios de siglo y otro en el funk discotequero, “Darkest Lullaby” se significa de forma muy temprana, y a través de una destacada dosis de melancolía eufórica, como la que muy probablemente sea la pista más relevante del LP. Por el contrario, la psicodelia industrial y el intento de stoner-pop en “Call” y “How Far Will You Go”, respectivamente, son el comienzo de un declive sin frenos en el que poco más que la radiante “Coming Back To Me Good” (muy Empire of the Sun, por cierto) puede moderadamente salvar los muebles. Demasiado ásperas para el pop bailable y demasiado sintéticas para el rock visceral, pistas como “Bird in a Cage” o “Hell of It” se quedan como meros apuntes de algo que podría haber sido mejor definido, mientras que “G.O.A.T.” o “Italian Horror” son directamente un par de coqueteos con el pop-rock comercial que no merecen la más mínima atención.
No se trata tanto de poner a competir el material pretérito de la banda con lo que ahora ésta nos entrega, pero tampoco podemos ser ajenos a la evidente escasez de ideas que actualmente asola a sus miembros. Pese a la inmediatez de su cómputo (con tan solo media hora de duración y diez canciones que a duras penas superan los tres minutos), el octavo álbum de los de Leicester manifiesta una consistencia más lograda que su anterior periplo, pero también pone de relieve un definitivo viraje en el sonido de la banda hacia lo que Pizzorno nos propuso en su día a través de su proyecto individual, “THE S.L.P.” (19). Buenas noticias para quienes disfruten de esa vertiente más electrónica y experimental de la formación, pero no tan buenas para quienes añoren la simplicidad y efectismo de sus golpes clásicos.
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