Se hace difícil imaginar cómo les habrá ido la vida a Kakkmaddafakka en los últimos tiempos, sometidos a la sequía escénica y a los nubarrones de un mundo en llamas. No va con ellos, en cualquier caso: los de Bergen siempre serán los frescos del barrio, esa banda tan intrascendente como nada pretenciosa (una cosa compensa la otra), presta para hacerte bailar en cualquiera de los miles de festivales que se patean, y nada de eso va a cambiar a estas alturas, tras 18 años de carrera y siete discos.
Son un permanente chute de prozac, y aquí lo administran generosamente con el bubblegum pop de “Good Guy” (con ese teclado que tanto recuerda al del “Take On Me” de A-Ha), con la ambientación a lo Wannadies de “Sixth Gear” (el cosquilleo en el estómago del enamoramiento, dicen), con la vitalidad a lo Popsicle de “Storm”, con el synth pop a lo Kraftwerk de “Trip”, con el sonido disco a lo Parcels de “Horses Are Running” o “Wild Side”, con el dub de “Bombibidy” o con baladas como “Lucky Like Me” y “Silver Moon” (lo mejor del álbum). Diverso reconstituyente para quienes no necesitan complicarse demasiado la vida para levantar el ánimo y, por qué no, quemar algo de zapatilla el próximo verano, que es una actividad de lo más saludable.
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