Cualquier escena musical que se precie, y la vasca no es una excepción en ese sentido, cuenta entre sus integrantes con un número reducido de autores que funcionan conscientemente al margen de los canales convencionales, ya sea motivado por la propia forma expresiva de su propuesta como por la manera esquiva de tejer sus lazos de comunicación, e incluso, por qué no, resultado de una comunión entre ambas. El extremeño afincado en Bizkaia, Julien Elsie, se ha manifestado desde los inicios de su ya dilatada carrera bajo un paso sigiloso pero de profundo calado creativo. Admirado y seguido por una selecta minoría, su pertenencia a ese rock nacido entre sombras habitado por nombres del empaque de Nick Cave, Lou Reed, Tom Waits, Thalia Zedek o David Eugene Edwards, ha contribuido a señalar su figura como la de un compositor de culto, naturaleza que con su arriesgado nuevo álbum no puede más que acrecentarse y al mismo tiempo expandir su intenso y crepuscular imaginario.
Si difícil resulta ya buscar un acomodo para proyectos de tales características, un auténtico salto sin red se antoja publicar un disco -sin contar con el aval del soporte físico en principio- donde la palabra desaparece y todo el peso emocional recala en el siempre abstracto y simbólico aspecto instrumental, del que en este “Ribbed Core Noise” tenemos hasta una quincena de muestras. Grabado desde una total autonomía y recogido en una única sesión bajo el auspicio de un solo micrófono, guitarras, loops y bases electrónicas son la orquestación escogida para dar forma a lo que pretende significarse como la banda sonora de una película inexistente donde se relata el viaje emprendido por un forastero a lomos de su caballo, y que como todo periplo existencial, cuenta con su inicio y final, intervalo en el que se irán acumulando diferentes escenarios con sus consiguientes personajes y vivencias.
A priori no parece descabellado buscar en el trote fantasmal de este nómada personaje el reflejo, en mayor o menor medida, de su propio autor, o cuanto menos, el espejo de esa condición errante y afligida que ha dejado rubricada a lo largo de sus pretéritas grabaciones. Unas huellas equinas que darán testimonio de su paso por territorios en los que a duras penas consiguen abrirse paso los rayos de luz y donde por el contrario se impone un panorama cubierto de maleza, dificultando distinguir entre las sombras ocasionadas por la presencia humana y las originadas por dicho paisaje. Un mapa imaginario que perfectamente podría nacer de los fotogramas ideados por el mismo David Lynch, otro autor, que como Elsie, decide enfocar su mirada a esos ámbitos donde la realidad se presenta deformada para interpelarnos sobre esa parte de nuestra condición que preferimos mantener enterrada.
Más allá de los referentes musicales mencionados, siempre involucrados en el estilo desarrollado por el compositor pacense, la particularidad concreta de este trabajo hace que en su habitual rock crepuscular haya que rastrear igualmente la simiente depositada por ese tipo de mentes inquietas que, puntualmente o de forma estructural, han cedido todo el peso de su interpretación a la faceta instrumental, llámense Nels Cline, Nils Frahm, David Pajo o Thurston Moore. Una suma de rasgos que ya nos deberían proporcionar ciertos indicios con los que, en líneas generales, acercarnos a la naturaleza de este “Ribbed Core Noise”, distinguida por su semblante desértico, crudo y minimalista, aunque en absoluto desnutrido, ya que el buen y multiplicado uso de diferentes capas sonoras alcanza un resultado clarividente a la hora de lograr dibujar, e incluso colorear, una buena ristra de matices con la capacidad de alcanzar otros tantos estados de ánimo.
Fiel a la lógica impuesta por el propio itinerario de un viaje, las primeras piezas del álbum se sostienen sobre ese comienzo de trote, representado por un reiterado golpeo de cuerdas que marca el intenso y enigmático avanzar, al que en sus primeras estribaciones solo acompañan, a modo de brisa envolviendo su silueta, sutiles sonidos que será en “The Gambler” cuando comiencen a revolverse y a tornarse amenazantes. El silencio instaurado por el tiempo de descanso, pese a que éste evidencie su intranquilo carácter, derivará en una onírica “Sleepless”, a partir de la cual, y de su metafórico despertar, se expandirá definitivamente el abanico de ambientes y estructuras con las que plasmar los diversos episodios que acontecerán en esta por momentos angustiosa ruta.
Paradas y descubrimientos a lo largo del paisaje que se cernirán en sombras melancólicas (“The Lier”) o tejiendo líneas melódicas a partir de unas robustas guitarras que adquieren un cavernoso eco, erigiéndose como trepidante y fibroso timón en “Hometown”, siendo absorbidas entre el eco de la eternidad que parece entonar “The Forest” o la contenida pero encrespada inquietud que late en “The Haunting”. Pero con la progresión del camino su entorno se irá enconando, las sombras adquirirán una extensión más amplia y amenazante y será el tañer de las seis cuerdas el que genera la intranquilidad que siempre produce lo desconocido, como la que se esconde en esas percusiones de naturaleza tribal en “The Loss” o en la inmersión en la selva húmeda y pegajosa sobre la que silba un viento de acento oriental que dicta “Samurai”. Será “The Hummingbird” el momento más cercano a lo que podía denominarse una composición relativamente ortodoxa de rock, a medio camino entre los Pixies y PJ Harvey, antesala del desvanecimiento en un agitado sueño representado por la nana desvalida de “Dreamless”, anticipo de la llegada del fatal desenlace, “Death”; el final de todo trayecto, la desaparición de melodías y instrumentos en detrimento de una ambientación inorgánica para consumar el último estertor, el adiós definitivo solo alargado por un epílogo (“Buried”) en forma de epitafio de fuerte calado nostálgico donde se lleva a cabo el réquiem definitivo.
Muchas veces se señala a la música como el arte más puro dada su abstracta naturaleza y su incomparable capacidad para lograr que la simple concatenación de unos breves acordes pueden destapar un ramillete interminable de sensaciones. Julien Elsie consigue el más difícil todavía, hacer de ese uso estrictamente instrumental el vehículo preciso para una narración con sentido global y de clima emocional variable aunque siempre presidido por las perturbaciones del alma. Una falsa película que elige retratar de forma trágicamente atractiva esos recodos y paisajes ocultos donde se representa la vida -con su milagro y su drama- en toda su extensión. Una sucesión de viñetas sonoras convertidas en diapositivas fantasmas que formulan, de manera consciente o no, la cruda pero emotiva banda sonora de todos esos apátridas sin nombre, si es que alguien no lo es de una manera u otra.
Lleva afincado en Badajoz muchos años.