Scaring The Hoes
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Scaring The Hoes

8 / 10
Salomé Lagares — 23-04-2023
Empresa — AWAL Recordings
Género — Rap

En la portada de su álbum colaborativo, Danny Brown y JPEGMAFIA aparecen como antihéroes armados con pistolas y biblias. Retratados en el estilo típico de una blaxploitation film, los dos raperos son la personificación de lo cool —vestidos con trajes de ante, acompañados por dos bombshells y con la policía asomándose en el horizonte, lo bastante cerca para sugerir peligro, pero no lo suficiente como para inspirar pánico.

Tras una escucha superficial, la conexión entre “Scaring The Hoes” y estas películas de serie B de los setenta puede parecer inverosímil: nada en el proyecto grita “retro” (aunque, hay que admitir, tampoco es un álbum particularmente futurista, más bien suena como algo arrancado de una dimensión extraña y distante en la que nuestra percepción linear del tiempo es tanto errónea como inútil porque todo está sucediendo a la vez). Cualquiera mínimamente familiarizado con el tono de estos filmes y con los propios Brown y JPEG, sin embargo, podría trazar la recta entre ambos: son niche e irreverentes, entienden a la perfección las normas de los medios con los que juegan y no tienen ningún reparo en acercarles una antorcha.

Desde el primer segundo de “Lean Beef Patty”, single principal y tema que inaugura el disco con un aceleradísimo sample de “I Need A Girl (Pt. 2)” de Diddy, “Scaring The Hoes” es un viaje de adrenalina, una turbulenta y vertiginosa persecución de coches en el inframundo. La velocidad es un elemento clave del proyecto, y aunque acostumbra a ser supersónica, como en los fragmentos del “Milkshake” de Kelis que crepitan bajo el terreno bombardeado de “Fentanyl Tester”, en ciertos momentos JPEGMAFIA (productor íntegro del álbum) baja las revoluciones de manera repentina, saboreando los latigazos que provoca la brusquedad del cambio.

No son ocurrencias aisladas: en “Scaring The Hoes” imperan la disonancia y los giros súbitos: el tema titular se construye sobre aullidos de saxofón y un palmeo siniestro que parece provenir del extremo opuesto de un largo pasillo; dos anuncios japoneses introducen “Garbage Pale Kids” y continúan sonando durante un estribillo compuesto únicamente por un solo de guitarra grungy y percusión que recuerda a un pico golpeando contra las paredes de una mina; durante su minuto inicial, “Burfict!” se insinúa como la pista más convencional del disco, con una combinación de snares y un loop de metales, pero sucumbe a la cacofonía antes del segundo verso. A menudo, los sonidos entran y salen de frecuencia de forma tan casual que casi parece un accidente, como si este fuera un proyecto concebido a partir de interferencias (el flash de una cámara en “Shut Yo Bitch Ass Up/Muddy Waters”, la notificación de un mensaje en “Orange Juice Jones”), o están apilados unos encima de otros sin una jerarquía clara, una superposición de pesadillas consecutivas.

En medio del caos, rapear suele figurarse casi como algo incidental o secundario, pero en los momentos en los que la nasalidad de Brown o la habitual mordacidad de JPEGMAFIA arrebatan un primer plano, uno recuerda precisamente por qué son soberanos del hip hop experimental: su flow-switching es ágil y virtuoso mientras combaten enemigos invisibles y deliran por cócteles cuya politoxicidad (“Is it the ket, the meth, the weed, the lean, the molly, the boy, or the blow?”, se interroga JPEG en “Fentanyl Tester”) impresionaría incluso a William S. Burroughs. A lo largo del álbum, las siluetas que dibujan con sus versos son descomunales y caricaturescas, como si la dupla estuviera paseándose por el salón de los espejos de una feria macabra.

Sobre el papel, una sobredosis de energía como la de “Scaring The Hoes” puede antojarse agotadora, pero, sorprendentemente, la intensidad es tan abrumadora como adictiva. El combustible que JPEGMAFIA y Danny Brown han vertido en este álbum parece inextinguible: se regenera en cada escucha, en cada choque de ruido saltan nuevas chipas, es imposible apartar la mirada de tal incendio forestal.

En última instancia, a pesar de que intentarlo es entretenido, cualquier tentativa de describir la secuencia genética de “Scaring The Hoes” es casi tan inefectiva como probar a comunicar la lógica de un sueño a alguien fuera de él. Este es un producto tan original e irreductible como los dos genios que lo han concebido, y como ocurre normalmente con los estados de embriaguez, uno tiene que vivirlo de primera mano para poder entenderlo.

 

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