Eternitat
DiscosJordi Serradell

Eternitat

8 / 10
Carlos Pérez de Ziriza — 13-12-2023
Empresa — Autoeditado
Género — Indie pop

El segundo álbum de Jordi Serradell me genera sentimientos encontrados. Es poco discutible que el material sea notable. Brillante, más bien. Pero el modo en el que está vehiculado – impoluto, por otra parte – me suena a muchas cosas que ya he escuchado en tiempos recientes. Obviamente, la culpa debe ser mía, y no suya. Son mis oídos (los de cualquiera que se dedique a esto, básicamente) los que ya tienen muy poco de vírgenes. Seguramente no pensaría esto si en los últimos cinco o seis años no hubieran visto antes la luz los discos de Ferran Palau, El Petit de Cal Eril, Ernest Crusats, Germà Aire, Da Souza o Marialluïsa. Dicho esto, es imposible afear nada a la elegante producción de Jordi Casadesús, Aleix Bou y Dani Ferrer. Ni tampoco a la dinámica interna de un disco que en ningún momento aburre ni empacha: "Eternitat" (2023) sustancia diez cortes en treinta y cinco minutos. Cortito y al pie. Ninguno repite esquemas. Y justo cuando crees que la fórmula puede estar a punto de desgastarse, el músico de La Bisbal de L’Empordà te propina el momento más experimental – dentro de unos márgenes – del disco, una “Temps millor” de ritmo krautrock y guitarras disonantes a lo Nels Cline cuando Wilco se ganaban el cielo a principios de los 2000. Cinco minutos, con fade out y cambio de ritmo incluidos a mitad, en plan paradinha y acelerón, que se adentran en una vía de servicio que tampoco por eso desmiente la valía de todo lo anterior.

Serradell fue batería en bandas como La Perdiu Spencer, y cuenta en entrevistas que una tendinitis le hizo desechar las baquetas para asumir voz cantante en su propio proyecto. Se perdió a un percusionista, pero se ganó un creador de canciones más que interesante, cuyo trémulo y vulnerable timbre vocal, que me recuerda al de Ben Bridwell de los Band of Horses (quién sabe hasta qué punto alentado por “Eye In The Skye”, de Alan Parsons Project, una de las primeras canciones que le impactaron cuando era un crío) es uno de sus mejores activos, junto a unos textos que, desde una perspectiva humanista, de cierto calado espiritual pero sin incurrir en la barata retórica de autoayuda, nos hablan de la necesidad de conectar de verdad con nuestros semejantes. Se refleja la trascendencia, pero sin vana grandilocuencia. Y apenas hay desecho: la delicadeza del tema titular, junto a Meritxell Neddermann, el pulso acústico con el que arranca “Molsa, terra i pell”, el estilazo de “Som” (que perfectamente podría figurar en una playlist de recientes acólitos de Prefab Sprout), la sensualidad de “Fresc i lent” o el empuje pop de “Bressol de beneits” (que tiene algo de la textura evanescente de Cocteau Twins) jalonan un trabajo que merece atención por sí mismo, independientemente de que su envoltorio redunde en un sendero más que transitado en los últimos años.

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