Dice Jordi Lanuza –en una de las frases más afortunadas de este segundo disco en solitario– que la vida es un dibujo hecho a la primera, y que no siempre sale como esperas (“la vida és un dibuix fet a la primera, no sempre surt com esperes”). El mismo trazo a vuelapluma recorre, al menos en lo formal, esta colección de diez composiciones eminentemente acústicas de quien fuera líder de Inspira, en cierto modo alineado con los modos de Ernest Crusats o del mismo Pau Vallvé, quien coproduce este disco mezclado por Clara Guerrero y masterizado por Víctor Garcia. Llega siete años después de su “Com a casa” (18) y a los tres de “Acaba i comença” (22), lo último de su banda. Y lo hace con sencillez en los textos, buscando lo bonito en la simplicidad de las formas, sin refugiarse en lo retórico ni ocultarse tras metáforas. En lo meramente sonoro, tan solo “De nou” se sostiene sobre una guitarra eléctrica a pelo.
El resto son guitarra acústica y algunos leves retoques y arreglos: unos teclados en “1986” (inevitable acordarme por temática y título del tema homónimo de La Habitación Roja: ambos trazan un paralelismo entre la adolescencia/infancia de sus autores e hijas), unas cuerdas sintetizadas en “A la primera”, un piano en “Per moments” o un teclado más prominente en “El salt”, que sirve como cierre. Es un disco con momentos melancólicos, pero no cortavenas. Con morriña, pero sin abatimiento. Con restallante esperanza en canciones como “A la primera”, algún guiño (quizá involuntario) a Bon Iver (en “I demà quan ho vegis clar”) y apuntes sobre el paso del tiempo, la paternidad y la necesidad de hacer de cada nuevo día el mejor de los regalos: “la vida no pot ser un millor regal” nos dice en “A fora es fa de dia”. Un trabajo artesanal y sin estridencias, con el punto de reflexión y sabiduría propios de quien cumple veinte años componiendo canciones y no tiene que demostrar nada a nadie.
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