Crítica de 'Museo de las desilusiones
', lo nuevo de Joe Crespúsculo
DiscosJoe Crepúsculo

Crítica de 'Museo de las desilusiones
', lo nuevo de Joe Crespúsculo

8 / 10
Fran González — 24-01-2025
Empresa — El Volcán
Género — pop electrónico

Qué fácil hubiese sido, en este ecosistema musical plagado de flores de un día, acabar perdiéndole la pista a Joe Crepúsculo tras sus más de quince años de trayectoria o que nos hubiesen dejado de impresionar sus inmortales hits hace ya dos o tres discos. Si así hubiera sucedido, por inconsciencia u osadía, no solo habríamos cometido el grave error de obviar el talento de uno de nuestros mejores letristas, sino que también habríamos perdido la oportunidad de ser testigos de su mejor versión, concentrada hoy en doce nuevos dardos de fuego dispuestos a romper nuestros corazones y las pistas de baile de medio país.

Las circunstancias del presente han llevado a nuestro trovador tecno particular a bajarle los decibelios a su marcha para abrir ahora y de par en par las puertas del “Museo de las desilusiones”, una exposición sin remilgos de sus reflexiones más personales a bombo y latido donde su intención por redefinir el contexto de la música de baile queda límpida desde el primer movimiento (“No tengo miedo a ser yo”, reclama sin dobleces mientras nos invita a “Bailar y llorar” como solamente él sabe hacer).

Mientras los destellos de la bola de espejo se reflejan en las tímidas lágrimas que bajan haciendo slalom por nuestras mejillas, Joel continúa quitándose espinas y prejuicios de encima con ese equilibrio entre clase y rusticidad que tanto le caracteriza. Aaron Rux, quien desde su llegada a la fórmula no ha dejado de poner patas arriba el sonido de Crepus en el mejor de los sentidos, practica su magia desde la trastienda para que el eclecticismo visceral de la obra no se vaya de madre. Así, y en un terreno controlado donde ninguna de las partes pierde de vista su mácula identitaria, el disco repta por espacios tan contrapuestos e inesperados como el electro-swing cabaretero (“Infierno de dulce”), el amor rosa chicle (“Jessica”) o el sarcasmo maquinero (“Castillos asquerosos”), hilvanando entre sus caras antagónicas un denominador común, el de la más absoluta crudeza: “Y después de este baile ya no hay más, me quedo aquí contigo hasta el final”, versa la letra de “Kamikaze”, firmada enteramente por Rux.

Hay una injusta tendencia a relacionar la música de baile con el mero hedonismo, pero Joe Crepúsculo aniquila aquí el tópico y nos enseña desde su cátedra las bondades de dejarnos llevar por los cantos de sirena de la fiesta, precisamente cuando nuestro espíritu más lo necesita. Ya bien sea vistiéndose con las épicas galas de Wayne Coyne (“Dejadme en paz”), estimulando su dadaísmo con descaro funk (“Pequeño niño peluquero”) o apostando directamente por un mensaje prosaico que lo resuma todo sin ambages (“Hijoputa el que no baile”, espeta en “Fiesta de disfraces”), el bueno de Crepus logra recordarnos uno a uno los motivos por los que, ante cualquier vicisitud, deberíamos bailar.

Porque el baile es el lenguaje universal del cuerpo y nuestra arma secreta para detener el tiempo y callar el ruido. Una alquimia ancestral que nos transforma y nos libera. Medicina para el alma, recetada aquí con voz rasgada y teclado loco. Como si del serpa de nuestro autodescubrimiento discotequero y de nuestra emancipación corpórea se tratase, Crepus invoca nuestra humanidad tocando la tecla precisa y llenando el guion de energía animal. Ahora somos monstruos, como tú.

 

Lo siento, debes estar para publicar un comentario.

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.