Ajeno a cualquier corriente que impere en la escena del pop y el rock españoles, transitando una vía de servicio por la que circula solo y sin prestar atención al retrovisor – aunque en muy buena compañía: produce de nuevo Paco Loco en su estudio y comparecen el violín de Ana Galletero (Travolta), la percusión de Esteban Perles (Perlita) y, sorpresa mayúscula, la añorada Irantzu Valencia (La Buena Vida) a las segundas voces en dos cortes – , Joaquín Pascual sigue sumido en un ese minimalismo pianístico, entre lo melancólico, lo onírico y lo elegiaco, que ya no lo es tanto – minimalista, queremos decir – en este sexto álbum a su nombre. O más bien atenúa su desnudez. Lima las aristas del espléndido "EX"(2018) para acercarse a un formato de canción algo más reconocible, aunque igual de cautivador. Preciosa portada, por cierto, de nuevo de Joaquín Reyes.
Prima el talante orgánico, el piano como hilo conductor, esos sintetizadores aparentemente gélidos, que podrían alimentar cualquier peli de ciencia ficción o distopía retrofuturista (sobre todo en los dos interludios, “Claroscuro I” y “Claroscuro II”), las pinceladas de impresionismo que igual recuerdan a la escuela de Satie o Debussy como a la de Glass o Mertens, siempre con su voz susurrante, sus percusiones descacharradas en segundo plano y unos textos profundamente evocadores, que reflexionan sobre el paso del tiempo, sobre cómo nos debatimos entre dos únicas certezas, la vida y la muerte. Por algo el disco está dedicado a su padre – fallecido hace un par de años – y a su nieto, nacido casi al mismo tiempo.
Además de inspirado y perspicaz, es un disco estupendamente secuenciado, con introducción, nudo, desenlace y una pieza central (también titular, y la más larga) que despunta por su marcadísimo bajo y sus sintes planeadores.
Otro disco fascinante, en suma. Y van una buena pila.
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