En esta época de oferta desmesurada en la que vivimos, es un placer encontrate con ese disco que te deja noqueado. Esa obra que no esperas, pero se adueña de tu día a día de forma obsesiva, arrinconando al resto de lanzamientos a un segundo plano. Pues bien, el nuevo y sorprendente, por maduro, segundo álbum de Joana Serrat me tiene cautivado de principio a fin. Y la razón de ese sometimiento es bien sencilla: sus canciones.
Melodías delicadas que, entonadas con ese susurro entre sensual e inocente de la catalana, te desarman y enamoran. Un disco que en un alarde de sencillez mayestático, ha sabido condensar en doce gemas lo bueno y mejor de la americana moderna. Podríamos citar entre muchos a M Ward y sus She & Him en un tema tan azucarado como “Stop Feelin’ Blue”, o también podríamos acordarnos de la vitalidad pizpireta de Laura Veirs en el rotundo single “Green Grass”, la sabiduría sureña de Gillian Welch en “Yellow Rider” o la dulzura vocal de Lisa Hannigan en la arrebatadora “Place Called Home”.
Si a eso le añades canciones tremendas como el épico y ensoñador crescendo de un tema como “The Blizzard”, o el ritmo trotón country & wenstern de esa cautivadora maravilla llamada “So Clear”, pues ya tienes uno de esos discos que suenan hasta el infinito y más allá en tu reproductor. Claro que buena parte de culpa la tienen, a parte de Joana Serrat, dos canadienses de órdago que se han prestado a darle ese empaque de originalidad genuina a su disco.
Por un lado la sabiduría en la producción de todo un Howard Bilerman (busquen su nombre en producciones de Arcade Fire o Vic Chesnutt) que ha logrado desde Cádiz un sonido propio del otro lado del charco y, por otro, la guitarra de Gavin Gardiner, miembro del grupo The Wooden Sky, que se prestó a dejar su huella de forma desinteresada en esta maravilla que se saborea con el mismo deleite que el más aromático de los cafés.
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