Hay artistas en los que la novedad no es un valor a tener en cuenta. Más bien al contrario, pues la identidad está tan trabajada y asentada que público y crítica no esperan más que nada cambie para que todo siga igual –de bien–.
Tras la disolución –¿definitiva?– de Antonia Font, Oliver sigue explorando los mismos principios que hicieron de “Bombón mallorquín” una obra redonda, exquisita, pop de orfebrería. De la anécdota a la categoría. Esa forma de escribir que tanto ha inspirado a lo largo y ancho de las Baleares y Catalunya sigue dando frutos en este “Pegasus”: diez canciones cósmicas, ahondando en la memoria generacional con dosis de onirismo e imaginación. Todo ello sumado a unos arreglos y bases más arriesgadas, donde se intuyen cumbia o samba –con la mano amiga de Quimi Portet a la producción–.
Oliver es de los que le ponen canela a la pasta sin que te des cuenta, de los que puede hacerte reír o llorar a su antojo. Y nosotros, pobricos, nada más esperamos que jamás se canse de hacer canciones como “Mil bilions en estrelletes”.
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