Si uno analiza la discografía de Joan Colomo desde sus inicios, y traza una línea como la que protagoniza la portada de su nuevo lanzamiento, y de la que algún psicoanalista podría sacar conclusiones de inmensa profundidad geométrica, era algo que se venia avecinando. Me refiero a esa focalización en la tristeza que, sumado a esa franqueza suya que es tan traviesa, atrevida y lumínica, desmorona las barreras de la comunicación, para establecer mensajes de claridad transitiva. En ese recorrido desde 2009 hasta la sensación de abatimiento que chorrea en ese 2021, la tristeza ha ido ganando cuota en cada disco, cortando capas, aprovechando atajos, para acabar protagonizando este lleno absoluto. Y un servidor lo ve casi obligatorio y sensato, sobre todo en los tiempos que estamos viviendo, donde muchas veces la tristeza (junto a otras emociones) es arrinconada como una emoción incómoda y contagiosa. Vamos, incluso prohibida. Pero Joan Colomo expone, con perfecta naturalidad y gran fuerza existencial, que es el momento ideal para estar triste y nos enseña, con intachables cualidades pedagógicas, como encauzar sin tapujos dicha emoción.
Cabe decir que, desde mi perspectiva, no es una tristeza que surja del desasosiego. Es una tristeza que se elabora desde la más activa fenomenología y reclama ser vista, ser valorada y ser entendida. Una tristeza que obliga a repensar de forma integral las tendencias humanas y sus objetivos. Es una tristeza que apela a lo más común, desde una óptica individual. Con referencias a un colapso del sistema, a una ruina neuronal global y a un telón que cae cual guillotina. Una tristeza que dice: ¿En serio no lo veis del mismo modo que yo? Y aún así, es también una tristeza que incluye horizontes y que invoca a la esperanza en cada verso que canta Colomo.
Todas ellas son palabras que, presas de una inequívoca energía, se ven centrifugadas en un baño de música sintética. Una sintonía agridulce para un contexto complicado, resonando como una colmena de sintetizadores enamorados. Un enfoque de híper pop hibernado que invita a mover las caderas, a luchar bailando y caer rendidos hasta el final. Una producción que se desvanece en lo elemental. En esa cascada de efectos pop que de tan perfectos parece sencillo. Y ese oxímoron musical entre verso y música, es lo que le da a la obra esa fuerza marcial, casi de extraterrestre. Recuerdo hace mucho, cuando en una charla informal, Ricky Falkner me decía que Colomo era la gran esperanza del pop catalán. Lo llamé hace poco para preguntarle si aún pensaba lo mismo, y me contestó un sí sin ninguna fisura. Y sin lugar a dudas, razón no le falta.
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