El día que se reconozca la trayectoria de Javier Corcobado por su valentía quizá el sentido de la justicia en este país sea más creíble. Una vez más, el que fuera rugido en Mar Otra Vez y luego transmutara en crooner distópico no va a dejar indiferente a nadie. Su retorno con su nuevo trabajo es otra bofetada a los consensos de la canción de autor y agita la tradición oral como solo sabe hacer él o primos lejanos de los noventa como los irrepetibles 713avo Amor. Para la ocasión, Corcobado suena tremebundo y con inflexiones vocales desgarbadas, como es habitual en él, pero también rebaja su canto en tragos de sutileza como en el mariachi abisal de “Y yo te saqué a bailar”.
No hay refugio en un disco que huele a resaca permanente, donde la química tóxica industrial de la titular del disco convive con el aura fronteriza de “El día que ya no nació ningún niño en el mundo” o el rock sintetizado de “Europa tan triste”.
Vientos melancólicos de atmósfera mexicana se mezclan con la cacharrería habitual y la locuacidad verbal de “Agradecimiento”. En definitiva, un Corcobado en estado puro, sencillamente, gustándose a sí mismo, mientras nos dedica sus salmos caveianos acerca de un mundo híper poblado y abocado a la auto flagelación.
Entre la tensión desbocada y la pausa de chaqué en “El amor verdadero”, nuestro chatarrero de sangre y cielo se muestra más embriagador que nunca desde la calma y la búsqueda de la belleza entre la mugre. Así es en “Haz un acto de amor” pero, sobre todo, en la exultante “Un año triste y otro feliz”, cumbre de esta nueva muestra de poderío por parte de un Boris Vian del rock al que gente como Pablo Und Destruktion le debe todo.
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