Jason Isbell entró a fuego en mi imaginario vital hace doce años con esa maravilla titulada “Southeastern”, disco que recupero de vez en cuando para volver a caer rendido ante la pálida belleza que desprenden canciones como la desgarradora “Elephant”, “Cover Me Up” o “Live Oak”. Ese fue el álbum en el que el joven prodigio de Alabama, el mismo que siendo menor de edad se lanzó a tumba abierta a los peligros de la carretera con Drive By Truckers, se graduaba por siempre jamás e ingresaba en el Olimpo de los grandes trovadores del country-folk como Townes Van Zandt, Steve Earle o John Prine. Desde entonces su fructífera unión con los 400 Unit nos ha regalado maravillas como “The Nashville Sound” (17), “Reunions” (20) o el más reciente “Weathervanes” (23) que no han hecho más que engrandecer su figura. Discos en los que Jason Isbell nos iba narrando y dejando pistas de cómo afrontaba el noble arte de enfrentarse a la vida y todo lo que eso conllevaba: su matrimonio, su paternidad, su sobriedad, su idea de lo que le resultaba ecuánime y su visión progresista y liberal frente a un entorno, a menudo hostil, situado en el mas profundo sur de los Estados Unidos. Un hilo argumental que se podía leer entre líneas, a lo largo de cientos de canciones y tonadas, y que tenía su colofón en el documental de 2023 titulado “Jason Isbell: Running With Our Eyes Closed”. Película donde ya se evidenciaba que su matrimonio con la cantante y violinista Amanda Shires no pasaba por el mejor de sus momentos. Aunque, si nos ponemos a hilar más fino, la propia Amanda lo había dejado más que patente en ese excepcional disco (“Take It Like A Man”) que se marcó en julio de 2022, donde reivindicaba su feminidad, se sacudía la sombra ejercida por su marido y se descubría como autora mucho mas que solvente. Por todo ello no era de extrañar que ya a finales de 2023 iniciaran un proceso de divorcio que ha tardado casi un año en materializarse.
Llegados a este punto todo el mundo se ha puesto a analizar este “Foxes In The Snow” como el disco del divorcio de Jason Isbell y, siendo cierto, se me antoja un planteamiento demasiado reduccionista. Y lo es porque este disco a mí me resulta mucho más que eso. De entrada es un trabajo del que no se desprende ningún artificio, resulta puro y cristalino. Jason Isbell alquilaba, el pasado mes de octubre y durante cinco días, los Electric Lady Studios de Nueva York para sentarse solo ante el micrófono, pertrechado con su guitarra Martin 0-17 de 1940, y trazar unos tirabuzones acústicos de los que se clavan a fuego. Porque, si bien es cierto que sus versos nunca tendrán la profundidad metafórica de Townes Van Zandt o la carga política demoledora de Steve Earle, no es menos cierto que, en lo que respecta a pericia instrumental y construcción de melodías es imbatible. Ese es su punto fuerte. No es tanto lo que dice, sino en cómo toca lo que dice. Solo hay que escuchar la maravilla que da título al disco para cerciorarse de ello. Además tiene otra cosa a favor, y es lo mucho que ha crecido año tras año como vocalista. Ganando en un aplomo y una seguridad que, en este disco, logra conmover. Y es justo con esos mimbres con los que abre el disco. Entonando a capella los primeros versos de una “Bury Me” que rezuma a delta del Misisipi por todos sus poros, y donde ya da una buena medida de lo que nos vamos a encontrar a lo largo de once canciones que versan sobre el amor, el sexo, la sobriedad, la soledad, su Alabama natal y mujeres con un halo de misterio como la de “Open And Close”. Canciones en las que de forma inevitable la ruptura de su matrimonio aparece y desaparece con versos como los que entona en la confesional “True Believer”: “All your girlfriends say I broke your fucking heart and I don’t like it / There’s a letter on the nightstand / I don’t think I’ll ever read,” (“Todas tus amigas dicen que te rompí el corazón y no me gusta / Hay una carta en la mesita de noche / Que no creo que jamás lea”). Una buena muestra del grado de vulnerabilidad alcanzada en esta obra que rezuma una sinceridad abrumadora. Como cuando en “Gravelweed” canta: "Now that I live to see my melodies betray me, I'm sorry the love songs all mean different things today“ (“Ahora que vivo para ver cómo mis melodías me traicionan, lamento que las canciones de amor signifiquen cosas diferentes hoy”). Referencia a lo que puede suponer en el futuro, cantar temas dedicados en el pasado a su relación con Amanda Shires, como por ejemplo 'If We Were Vampires’, su tema más codiciado. Aunque, para superar el dolor de la perdida de lo que supuso el hogar de los Isbell, siempre le quedará el consuelo de mirar al lejano pasado de su infancia simbolizado en esa Alabama en la que ya no vive, pero que siempre llevara en el corazón como nos deja patente en la emocionante "Crimson and Clay”.
Queda claro, por tanto, que “Foxes In The Snow” es el disco de la gran hostia. La que te pone en un nuevo rumbo que afrontar en el futuro y que, a la vez, te hace crecer unos cuantos peldaños en ese proceso de lamer las heridas al que a menudo nos condena la existencia de cada uno de nosotros. Y doy fe que Jason Isbell ha hecho un álbum de una sinceridad desgarradora, logrando transmitir todas esas emociones al oyente. Puede que no sea su mejor disco, pero sí es su disco más auténtico y puro. Un verdadero regalo.
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