Desde su Liverpool natal (aunque ahora reside en Manchester) la británica Jane Weaver se ha convertido en uno de los secretos mejor guardados de su país. Con una trayectoria impecable que la acerca a la electrónica orgánica y la folktrónica, su nuevo trabajo es, quizá, su disco más abiertamente pop. Una deliciosa colección de canciones que oscilan sin aspavientos de la psicodelia melódica a los ritmos de inspiración kraut, las atmósferas ensoñadoras, la electrónica elegante y las ricas texturas acústicas.
Claro que del sonido se encarga el aparentemente infalible John Parish, experto en llevar las propuestas de divas varias -de PJ Harvey a Aldous Harding- a su mejor versión. Esta vez, en los míticos estudios Rockfield, en la campiña galesa. El esfuerzo conjunto se nota. Weaver y sus músicos se mueven como peces en el agua en ese terreno fronterizo entre la melodía accesible y la aventura, el punto ideal para que sus composiciones cojan vuelo, con la deliciosa y sensual canción retrofuturista que da título al álbum como eje del conjunto.
Y no hay apenas relleno en un álbum que celebra la magia de estar vivos en este mundo con influencias que pueden recordar a Stereolab o Laetitia Sadier (otra que acaba de sacar disco notable), que Weaver se lleva a su propio terreno. No es probable que con este décimo álbum (sin sumar bandas sonoras y otros proyectos) Weaver llegue a las masas, ni falta que hace. Ojalá le sirva para poder seguir haciendo discos tan sugestivos y elegantes.
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