Parece evidente que James Vincent McMorrow ha echado el resto en el que es su quinto álbum de estudio, hasta completar el que planea como su trabajo más (tóxicamente) ambicioso hasta la fecha. Tal ha sido el empeño puesto en concretar una obra apta para el gran público, que el irlandés se ha pasado ostensiblemente de frenada, obcecado en esa consecución del éxito generalista. Un objetivo que, por el camino, sacrifica buena parte de la propia credibilidad artística del músico, aquella cosechada con anterioridad en base a entregas previas.
‘Grapefruit Season’ (Sony Music, 21) es un elepé excesivo en casi todas sus líneas, empezando por la portada y la propia duración de la referencia, con catorce pistas y casi sesenta minutos difíciles de tragar en una única sentada. Una obra que, aunque se debate principalmente entre pop y rhythm & blues de radiofórmula, contiene trazos de otros géneros como soul, synth-pop, dancehall, e incluso country, circunstancia que en la práctica se revela más como un movimiento pretencioso del autor (y no es el único) que como alarde inspirativo de agraciados resultados. Una amalgama, en cualquier caso, que se sucede al amparo del elemento común que homogeniza el asunto en cuestión: una producción lustrosa que arrasa con cualquier atisbo de honestidad. Son precisamente composiciones desnudas del tipo de “Waiting” o “We Don't Kiss Under Umbrellas Like We Used To” las que destacan dentro del lote, reafirmando de paso todo esa exuberancia latente en piezas diametralmente opuestas del tipo de “Paradise”, “A House & A River”, “Hollywood & Vine” o “Headlights”.
‘Grapefruit Season’ (Sony Music, 21) es un álbum aburrido y repetitivo, que se atasca en su degustación y empalaga con todos esos tonos coloridos explicita y estratégicamente colocados a lo largo de las canciones. Hasta la fecha, McMorrow se había manifestado como cantautor de buen gusto, capaz de firmar discos atractivos como ‘Post Tropical’ (Vagrant, 13) o ‘We Move’ (Mahogany, 16), pero ahora reaparece empeñado en lucir como una versión domesticada, preconcebida y menor de artistas como Bon Iver, Villagers o Ben Howard.
Texto: Raúl Julián.
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