Tras atreverse con la banda sonora de “Benjamin”, película que dirigió su amigo Simon Amstell, el que fuese el vocalista de los extintos Klaxons nos entrega un trabajo de fuerte inspiración setentera. Acercándose a la cara del rock más cuidado y cercano a la elegancia blues propia de esos garitos donde todo el mundo acude con esmoquin blanco, a lo largo de este debut nos encontramos ante una línea sonora muy bien cohesionada donde no se producen grandes sobresaltos.
La forma de encarar el apartado vocal con total suavidad nos conduce hacia un estado onírico del que parece no despertar durante todo el trabajo, sumergiéndonos en un ambiente similar a los Roxy Music más contemplativos. No en vano uno de los estudios donde se grabaron estos temas fue el propio de Bryan Ferry, pudiéndonos hacer una clara idea de cómo el músico tiene sus coordenadas musicales bastante bien definidas.
Refugiándose en su mundo más reflexivo donde muestra la necesidad de encontrarse a sí mismo como ocurre en la propia “The Performer”, estas canciones se enmarcan dentro de divagaciones entre lo que se percibe como real y lo que acaba escapando a nuestros sentidos, jugando de buena forma con todo lo que implica sombras, misterios o sueños confusos.
Sin descuidar tampoco el tono más narrativo, también nos podemos encontrar con bonitas historias de amistad y resistencia como sucede en “Edie”, la canción más ligera y despojada de ornamentos donde desaparece de forma definitiva cualquier tipo de sentimiento afligido. Seguramente estos compases donde se aleja del tono confesional resultan los más emocionantes, sintiendo como la mirada más introspectiva muestra una profundidad bastante desmedida.
El afán por tratar de acercarlo todo hacia un formato muy cercano a la balada de instrumentación abundante y muy definida resulta bastante evidente, sin embargo las cuotas de cercanía que se presuponen a este tipo de composiciones resultan un tanto anecdóticas debido a como la línea melódica se dispersa por completo entre lo pomposo de la propuesta.
A medida que se acerca la recta final del trabajo James Righton trata de ofrecer matices ligeramente diferentes acercándose al pop de estribillos edulcorados como es el caso de “Start” o un space rock que no acaba de despegar como ocurre en “Lessons In Dreamland Pt2”. Todo ello tiene lugar sin romper la impoluta estética setentera asumida desde el principio y que supone el motor principal del disco.
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