Jack White, la antaño estrella, junto a Meg White, de The White Stripes, da un volantazo a la par histriónico y espectacular, buscando una nueva constelación, que le aleja, cada vez más, del garaje rock austero y poderoso que ha caracterizado a la mayor parte de su trayectoria, tanto en sus diferentes bandas como en solitario.
“Fear Of The Dawn” es puro desmadre y destrucción efectista. El cantante y guitarrista expande el despliegue sonoro del experimental e introspectivo “Boarding House Reach” (18) en un nuevo larga duración poseedor de canciones directas y de fácil escucha, que sigue la estela amplificada y cargada de energía de “Over And Over”, con la misma intención de volarte la cabeza, aunque con menos gancho.
Sonidos rimbombantes te golpean por aquí y por allá, sin descanso, en “Taking Me Back” o en “Fear Of The Dawn”. No hay lugar para la sutileza en la misión de derribo de fronteras en “Into The Twilight” o en “What’s The Trick?”. Porque, aunque ya habíamos visto gestos de White queriendo llevar el rock hacia la estratosfera, su intención nunca había sido tan explícita como en el presente álbum, en el que intenta ser impresionante minuto tras minuto, como en “Hi-De-Ho” y en el que no cabe mesura alguna, como en “Eosophobia-Reprise”.
Todo en “Fear Of The Dawn” es un despiporre, una juerga espacial oscura y luminosa a partes iguales, impecable en la ejecución y en la mezcla. Bofetadas como “That Was Then, This Is Now” resultarán satisfactorias para quienes disfrutan de la grandilocuencia de sus potentes riffs en clave mainstream, pero que desarmará la paciencia de quienes no gusten de sonidos ampulosos, sonoridades exacerbadas, chiribitas y golpes de efecto.
Y es que “Fear Of The Dawn” es un disco que puede resultar entretenido por su variedad de registros y porque se mueve de un lado a otro intentando que alucines. Pero algo chirría en su producción, en ocasiones inorgánica, cuando recuerda a los últimos Muse o a los momentos más grises de Weezer, versionando clásicos del pop con una excelente producción, pero sin alma.
En cualquier caso, se agradece el hecho de que el sabio Jack no permanezca estático dentro de su zona de confort, así lo atesora el anuncio de la publicación de un segundo disco este mismo año y, por supuesto, esta primera locura galáctica que, si bien no posee canciones redondas, nos ofrece un sorprendente trabajo de guitarra, imaginativo e impecable. Depende de tu tolerancia a la hipérbole que sus cuarenta minutos se te pasen volando y quieras más, o que se te repitan todo el rato.
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