“Pura sangre” (23) como lealtad y verdad que le corre por las venas. Una personal autobiografía flamenca donde el corazón manda y laten las vivencias que lo han forjado como persona y artista único.
Israel Fernández ya nos conquistó con su anterior y sobresaliente “Amor” (20), recorriendo los recovecos del querer, un cuarto disco en el que no sólo se consagró como faro y voz a batir en el flamenco, aunando dominio de la tradición y sensibilidad propia, sino que dio el salto como compositor total y firmó unas letras de altos quilates poéticos y sabiduría jonda al alcance de muy pocos. Trabajo en el que se acompañó del gran Diego del Morao, iniciando una amistad y pareja artística que se antoja con un presente y futuro abrumador, a la altura de las más icónicas…
En estas flamantes nueve canciones redobla la sinceridad y nos muestra, sin pliegues ni cortapisas, sus raíces más puras, dejando que su privilegiada garganta cincele cada uno de los palos flamencos que recorre, con la naturalidad y valentía de su respirar y sentir. Así, con esa honestidad y sencillez marca de la casa, nos enseña sus recuerdos: su crianza y aprendizajes de la vida, sus sabores y sinsabores, junto a los suyos, cerca de la naturaleza, sabiendo escuchar los cantes antiguos, los silencios y siempre abierto a recorrer nuevos caminos; con su sangre gitana por bandera y dándole voz a los que no la tienen, señalando las injusticias que nos rodean.
Del cantar de los pájaros cuando empieza el día: “Que de buena mañana ya está en la fragua mi primo, dando golpes y más golpes, para mantener a sus tres niños…”, quejíos crudos que hacen saltar chispas a golpe de tonás, desnudas y espaciales, haciendo que surjan “florecillas de cobre” en la inicial “Puchero y sartenes”; seguida de la evocadora y central “Soleá de mi casa”, donde raíces y alas dialogan orgánicamente, con una envolvente y abierta melodía sonora que flota y teje un paisaje casi onírico, haciéndonos viajar, pellizco a pellizco, a “esos recuerdos grabaítos en mi mente”, a ese “vivir siempre al día… jugando mañana y tarde en la era, lleno de polvo y arena”, a su infancia junto a sus padres, familia y amigos.
Por tangos canasteros en “Caminos y vereas”, con sus abuelos y mayores presentes, que se rompían las manos haciendo canastas con tiras de caña y vendiéndolas de pueblo en pueblo. Una sentida declaración de principios: “Ellos fueron esclavos, para que hoy tú seas libre. No te olvides de donde vienes, llévalo siempre por bandera”. Y los cantes de Levante, que domina con nadie, con Escacena y Vallejo bajo sus alas, más esa melodía propia que rezuma por cada poro de su piel, nos atrapa en la que quizás sea la letra más personal, la bellísima y doliente “Me encuentro solo”, con la omnipresente guitarra y presencia de Diego del Morao parando el tiempo.
La producción del disco y los cuidados arreglos son otro de los aspectos destacables y brillantes de esta nueva obra cumbre, con Israel al mando en todas las canciones, Diego en más de la mitad de las piezas, y la figura de Pional inyectando un plus de modernidad y medida electrónica en cuatro composiciones: de los dos temas que abren, ya nombrados (“Pucheros y sartenes” y “Soleá de mi casa”), a la espectacular y reivindicativa bulería “Al tercer mundo”, con sintetizadores incluidos y grabada previamente en una sola toma por Israel en casa, más esa joya de la corona llamada “Seré silencio”, que “todo lo cuenta y nada se calla”, una personalísima serrana repleta de matices y aromas, espiritual y galáctica, con atmósferas electrónicas y la voz de Israel no guardándose nada… Palpita el espíritu morentiano más libre y puro, con Enrique contento, sonriendo y aplaudiendo allí donde esté.
Antes nos vamos por rumba, “Ni príncipe ni rey”, firmando de nuevo versos sobresalientes que lo reafirman como un compositor flamenco de primera, con unos teclados grabados por él mismo y un compás que no te deja pisar el suelo. La lucha interna con la presión exterior que nos quiere condicionar y marcar el camino, la de su propia cultura gitana, incluso, que ama por encima de todas las cosas, pero que sabe que a veces puede determinar y limitar. Pero no, este cantaor no tiene ni príncipe ni rey, “ni la lluvia me moja en medio de la tormenta, ni el relámpago me alumbra, ni el viento me bambolea”.
Y cuando creemos que no se puede dar más, nos lleva por delante un torbellino de luz y energía que deja toda sombra vencida, “Despierta”, maravilla por bulería, con el soniquete de Jerez al mando en las cuerdas de Morao, modernidad en el alma y el corazón como motor y brújula. Chaboli a los teclados, percusión y producción. Una barbaridad que te zarandea por dentro, que te agarra y no te suelta… con el regusto de otro grande entre los grandes, el Camarón más rupturista y valiente. Te costará salir del bucle, avisadas y avisados estáis.
Se cierra por derecho, por fandangos, pero no unos cualquiera, “La tuya y la mía”, una composición con un regusto muy clásico y una letra que parece haber estado siempre escrita, pero con una forma especial, donde habitan varios conceptos de cantaores, dejando a relucir, una vez más, que, además de ser un artista flamenco inigualable, es un gran aficionado.
“Estoy viendo que vienen las claras del día, salí a la noche bella y vienen las claras del día… No queda más que una estrella y esa es la tuya y la mía, nos vamos, vámonos los dos a por ella”. Vaya o no a por esa estrella, Israel Fernández ya la tiene, la lleva dentro y no deja de crecer y crecer.
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